EXÁMENES FINAIS

Curioso artigo onde RSP opina sobre si é ou non útil e necesario o examen de fin de curso, como medio para calificar a capacidade dos estudiantes, e sostén que está contra dos exámenes finais…

1 de diciembre de 1947

EXÁMENES

Por Ramón Suárez Picallo

El ciudadano más o menos ocioso, amante de la Naturaleza, que gusta de tomar el fresco de la noche en alguna plaza vecina a su domicilio, está fastidiado estos días; porque los sitios de su reposo habitual están invadidos por los estudiantes que preparan sus exámenes, paseándose de un lado para el otro, como cachorros de fieras enjauladas. Y en vez del trino de los pájaros, del grito riente de los niños y del reto prudente de las niñeras rozagantes, tendrá que escuchar frases de éste o parecido tenor: “Son delitos o faltas las acciones u omisiones, voluntarias, penadas por la Ley”, “los ascendientes que heredan de sus descendientes”, “las obligaciones correales según Serafini”. Y por otro lado, Fray Lope de Vega y Carpio, llamado “El Fénix de los Ingenios”, escribió:”Y por el de más allá un chaponcito , trata de atrapar y localizar el Teorema de Pitágoras y de explicar en voz alta las ambivalencias, la composición de los Triunviratos romanos”. En fin, que el pasante que ama el silencio y la fresca viruta, y que gusta de ver a las parejas haciéndose arrumacos en los bancos más solitarios y sombreados de la plaza, tiene que retirarse si no quiere escuchar unos capítulos de Derecho, Medicina, Historia, Química o Matemáticas. Esto hace – retirarse – quien nunca se examinó. Pero, en cambio, los que hemos “comparecido” más de treinta veces ante el terrible Tribunal de exámenes, miramos y oímos a los muchachos que estudian en voz alta, con la saudosa melancolía de los tiempos idos, en los que también nosotros fuimos estudiantes. ¡Quién pudiera, señor, volver a ellos, siempre que fuesen suprimidos los exámenes de fin de año, en los que triunfa invariablemente, el chaponcito empollón, que dice de carrerilla y, sin enterarse la lección que habla de las monocotiledóneas o de la dinastía egipcia de los Ramsés, sin saber dónde está el Egipto, ni que río fecunda sus tierras!

Por algo decía el gran Sarmiento, que los títulos, ganados por azar en los exámenes, de fin de curso, “no acortan las orejas como las de los asnos”. Y por algo también, sabios, escritores y poetas ilustres, fueron, en su día reprobados en los rutinarios exámenes de sus escuelas: Ramón y Cajal, José María de Pereda y Marcelino Menéndez y Pelayo, por no citar a más. Pío Baroja y Valle Inclán, los más grandes novelistas españoles de la generación del noventa y ocho, serían “cateados” o “rajados” en Gramática, por su mala sintaxis y su peor prosodia.

POLÉMICA

Por eso, en la polémica, que, invariablemente, se plantea todos los años a esta misma altura, sobre si es o no útil y necesario el examen de fin de curso, como medio de ponderar y calibrar la capacidad de los estudiantes para seguir normalmente sus estudios, nos pronunciamos, rotundamente, contra los exámenes.

No es exacto que sean los estudiantes flojos los que temen a la prueba. Estos, si están dotados de audacia, suerte, memoria y un poco de truhanería, son los triunfadores de la prueba; suelen ser, en cambio, derrotados en ello, los que habiendo estudiado la asignatura con dedicación y ahínco durante todo el año, son nerviosos o tímidos, y se sienten disminuidos ante el Tribunal examinador.

No. El examen de fin de curso, como prueba definitiva, de la capacidad estudiantil, es absolutamente antipedagógico. Es la prueba diaria, semanal, mensual y bimensual, la que debe jerarquizar los méritos del estudiante en virtud del contacto constante y sistemático entre el profesor y el alumno, lo que debe determinar el tránsito de un grado al otro. Porque, en la enseñanza, importa muy poco lo que se sabe de memoria. Importan mucho más las disposiciones intuitivas orientadas y sistematizadas del educando para “saber estudiar”, cuando lo necesite, ésta o aquella materia referente a la profesión a que piensa dedicar su vida. Mientras tanto, miles de excelentes muchachos de la clase media, están todos los años, en esta misma época, torturados y angustiados para pasar sus exámenes. Y no es el primero, ni será el último, el que se suicida por no haber podido aprobar su curso, porque en el examen sufrió un colapso de inhibición mental o de depresión nerviosa, harto frecuentes en estos casos y en la edad de los examinados. No se trata, como podría suponer el ciudadano indocto, de que los Liceos y las Universidades estén atiborradas de zopencos, ineptos para el estudio, que más tarde irán a engrosar las filas de los profesionales incompetentes; pero tampoco es del caso juzgar su competencia a través de un examen de fin de año, en el que intervinieron factores imponderables como lo son la suerte, el estado de ánimo y la chaponería memorista, cuando no la audacia o la simpatía personal lo que permite decir impunemente desatinos.

Por ello escuchamos con simpatía a los muchachos que estudian estos días en voz alta sus lecciones en todas las plazas santiaguinas y decimos para nuestro coleto: ¿quién pudiera volver a ser estudiante siempre que no hubiera exámenes de fin de curso?

(Artigo publicado no xornal La Hora, en Santiago de Chile o día 1 de decembro de … 1947)

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