Nº 7. Decembro de 2010
Adoitase en todo o mundo civilizado adicar nestes días de Nadal e Aninovo, dialogando fradernalmente, unhas xentes coas outras, en ademán de pacífico e cordial entendimento. Faise esto en lembranza, ademiración e respeto pra aquel neno nado nun pesebre de Belén, fai agora mil novecentos sesenta e tres anos, rodeado de máxicos miragres no ceo e na terra. Porque il mesmo era miragre de paz, de concordia, de boandanza, de estrela alumeante dos mais escuros camiños da humanidade. Porque a sua vida é da humanidade. Porque a sua vida e a sua obra trascenderon na vida espritual de moitas e moi ilustres comunidades humáns. Porque aquela vida e aquela obra siguen sendo, aínda hoxe, o traverso de vinte séculos, guieiro, referencia, e meta dos máis nobres valores do home como obra maestra da creación. Por algo, no meio e meio de todolos progresos científicos, téinicos, económicos e sociaes, a humanidade retorna a aquela fonte promixenia de augas craras e cristaínas pra limparse de lixosidades da feroz loita do egoísmo, de ambicións, e de afáns de dominación dos uns sobor dos outros.
Iste xeito de lembrar a universal efemérides falando, dialogando i eispricándose chámase mensaxe; mensaxe que leva esplícito un desexo de ventura, de prosperidade, de sosego espritual, de paz e de concordia pra nós, pra nosas familias, pros nosos amigos, pros nosos adversarios, pros nosos veciños de xunta a porta, de máis lonxe e todolos veciños que integran o xénero humán, poboadores diste cativo planeta Terra; mensaxe que incita a deixar de banda os desfeitos, as cativeces, as dificultades, as incomprensións do próximo para buscar en todos as virtudes creadoras que sempre se atopan si se buscan con afán e con paixón de ben. Por iso, aparellada ó mensaxe ven a festa no sagro convidio familiar do pan e do viño de todalas celebracións e todas as cordiaes hospitalidades; a cea de noite boa de noite vella coas que lembramos a aqueles quen Belén non tiveron cea, porque eran probes de solenidade en bens materiaes, máis opulentos ricos en bens esprituales deixados como herdade as criaturas
humáns de todas as xeracións do pasado e do porvir.
Facer a felicidade dun neno probe aínda que sea somentes por unha noite; acercarse con agarimo a un ancián enfermo; ofrecerlle o brazo a quen non pode valerse de por sí; ter un pensamento do amoroso afeito para cantos sofren doores físicos ou doores esprituales ou morales; pensar que todos somos irmáns nas pequenas e nas grandes comunidades eis o mellor xeito de festexar istes días facendo un outo nas rudas loitas materiaes, nas discrepancias e nas disidencias, pra estendernos en ademán de saudo fradernal e os corazóns abertos para dar e recoller nun intertroque creador o mellor que cada un leva dentro de sí como ser humán, civil e civilizado. Iste é noso mensaxe.
CARTA PARA EL VIEJO PASCUAL
Querido y Venerable Abuelo: Hoy, al filo de la Medianoche recorrerás el mundo de punta a cabo, repartiendo dones y bienes entre tus nietos, biznietos, tataranietos y choznos, en cumplimiento de la dulce misión que le asigna Nuestra Señora la Leyenda. Tu presencia, en recuerdo del nacimiento de un niño –que había de ser más tarde, Fundador, Redentor, Maestro y Mártir– trae a los espíritus y a los corazones, la tierna visión de un pesebre, rodeado de gentes humildes y de buenas bestias de Dios, aureolado de milagro y de misterio.
Eres el más bondadoso y simpático de los viejos, porque traes al mundo puro de los niños, la alegría de tu Mensaje, y truecas por un instante, la triste choza en jocundo paraíso de ilusión y alegría. Tus luengas barbas, florecidas de albura, “orballadas” con el rocío de la noche, son más reconocidas que las mismísimas de Carlo Magno y las de mi amigo Don Ramón del Valle Inclán. Y tu bondad tolerante, pacífica y cachazuda, es tan proverbial que hasta los que ya somos viejos queremos volver al reino de los tuyos en un saudoso viaje al pasado.
Y tenemos varios pedidos que hacerte, para nosotros y para los nuestros. En primer lugar, te rogamos que este año no les traigas a nuestros niños, soldados, carros de asalto, ametralladoras, cañones, barcos de guerra, ni otros artefactos de matar. Tráeles arados, martillos, naves mercantes y barcas pesqueras; azadas, picos y palas y máquinas de tejer, de segar el trigo y de amasar el pan… ¡Qué buena falta nos hace!, motores eléctricos, ferrocarriles y autobuses, que nos lleven de un lado para otro ¡Qué también nos hacen mucha falta!, instrumentos de paz y de trabajo, de polo a polo y de mar a mar, a manera de consejo y de bienaventuranza de salud y de hartura.
Esto para nuestros niños. Porque para nosotros los mayores, querido viejo, te pedimos mucho más: tráenos la paz civil, la libertad y la tolerancia, el derecho a vivir una vida decorosa, afincando los pies sobre la tierra donde descansan nuestros mayores, tráenos la visión lejana del hogar paterno, donde te hemos esperado muchas noches como la de hoy, cantando villancicos, alrededor de la llar encendida, toda llena de castañas y de ollas de compota y de limpios manjares, olorosos de caseros aliños; el romero y el laurel, la albahaca y el tomillo, la menta y la hierbabuena.
Envuelto en manto de esperanza, tráenos el recuerdo claro de la casita humilde, rodeada por el valle verde, en la falda de la montaña azul, a la vera del río con abedules, donde cantan el jilguero y el ruiseñor, el mirlo y la cotovía. No es propiamente la casa lo que te pedimos: es su visión y su recuerdo, y la esperanza de volver a ella, para que nuestros ojos –los del cuerpo y los del alma– se empapen de su imagen, antes de que se cierren para siempre.
¿Es mucho pedir? Sí que lo es; pero en los últimos años, viejo Pascual, nos trajiste muy pocas y malas cosas; penas, tristezas, desesperanzas y amarguras, fueron tu dolorido regalo de Pascua. Por eso, para este año de paz, de alboradas, de justicias, de ilusiones de porvenir, queremos que nos compenses en forma y cuantía justicieras. Te pedimos un mensaje de optimismo y de esperanza. Nada más ni nada menos.
Pero, si a pesar de la inmaterialidad de este pedido, no cabe en tus alforjas su contenido, no nos enfadaremos contigo, con tal que visites a todos los niños del mundo, y dejes en las ventanas de sus almas, la ilusión de que serán más felices que lo que fuimos nosotros, en un mundo nuevo, alumbrado de soles. Visitarás a los pobres y a los ricos, a los que tienen a sus padres muertos o presos, o desterrados, o en lugares inconocidos, o esperando el cumplimiento de una sentencia de muerte.
Querido Viejo Pascual: tú eres amable, comprensivo, bondadoso y cordial, y cumplirás nuestro pedido, hoy, al filo de la Medianoche, en recuerdo del Pesebre de Belén y del Niño que nació allí, hace ahora mil novecientos y cuarenta y seis años, cuyo recuerdo sigue siendo estrella polipétala y señera del género humano en su largo y doloroso camino.
LO QUE TE QUEDARÁ DE ESTA NOCHE
En el cementerio de una severa ciudad castellana, hay una tumba innominada. Nadie sabe quien es, o quien fue el que duerme en ella su último sueño. Hay quien asegura que un gran señor y quien afirma que un hombre de modesto origen. Lo cierto es que nadie pasa por la vieja villa sin visitarla. ¿Por qué? Sencillamente por el epitafio que se lee sobre ella, expresión breve, sencilla, cabal y perfecta de la generosidad y de la placidez espiritual ante la vida y ante la muerte. El epitafio dice:
“Cuanto gané, lo perdí;
lo que presté, no lo tengo.
¡Sólo tengo lo que di!”
¿Moraleja? Sí. Una moraleja para esta noche pascual, noche de dádivas y de regalos, conjugando cabalmente el verbo dar. ¿A quién? Al primer niño pobre que encuentres, dándole una pelota o unos pasteles, mientras tú le llevas a los tuyos el paquete de los regalos; al primer anciano, que no tiene niños con quien pasar la noche, dándole para la cena y para dormir bajo casa cubierta; al primer triste y desconsolado, sin familia y sin hogar, dándole el bien de unas palabras amistosas y optimistas que pueden ser también dádiva de gran valía en una efemérides de amor, de ternura y de fraternidad humana.
Y no preguntes el nombre ni la condición moral ni social, del que recibe tu regalo. Cualquiera que sea, te recordará siempre para bien. Y cuando te vayas, como el señor del epitafio, sólo llevarás como bien ese recuerdo amable de lo que hayas dado.
EVOCACIONES DEL AÑO NUEVO
El niño que ansía vestir pantalones largos para ser más hombrecito, espera del Año que viene un nuevo estirón; atusa con los dedos amables el bozo apenas insinuado, mientras dice orgulloso; “Ya tengo un año más; ya podré rondar la puerta de la dulce amiga de la vecindad, que ha de mirarme desde hoy con más respeto. Y el padre, la madre y los abuelos tendrán que consultarme los graves problemas familiares, que ahora resuelven por su cuenta, sin contar mi opinión”.
Para el niño que lo espera todo del tiempo que ha de venir, este punto muerto en girar de las manillas que maneja el viejo Kronos, llamado un Año Nuevo, resume la alegría de todos los bienes esperados. Todo lo que venga, será siempre mejor, por venir cargado de lo que aún no es conocido.
Por eso, el viejo, que ya está de vuelta de todo lo que puede saberse, mira al niño con saudosa melancolía, mientras le dice para su espíritu: “Tengo un año menos; se marchó de mi vigor físico; pero me queda el suficiente entendimiento, para aupar, muchacho, todas tus esperanzas y para brindar contigo por todas las sorpresas que el tiempo y la vida te reservan.
¿Quieres acaso, un regalo? Pues te lo ofrezco; te doy parte de la paz de mi corazón, con la que podrás trocar tu choza en un paraíso.
Y, además, un vaso de buen vino y un cacho de pan blanco en la cocina donde hierven repletas las marmitas con todo cuanto, en día tal, puede hervirse, guisarse y estofarse.
A las doce en punto de la noche, el buque se queda parado en seco: la sirena toca tres pitadas largas como en las grandes solemnidades marineras. Sobre proa, en el de popa, en el comedor y en el puente de mando, el telegrafista recoge desde su cabina, el mensaje de la solidaridad marina: ¡Feliz Año Nuevo!, ¡Feliz Año Nuevo!
Terminó la fiesta a bordo. Cada cual en su camarote o en el rancho echa a mano al coy donde se guardan los recuerdos amados, la última carta; el retrato o la prenda religiosa entregada por la madre, la esposa y la novia. Y el pensamiento vuela sobre el inmenso predio azul, como una golondrina viajera, hacia el hogar, donde a la vez florece la oración conmovida. “Por los navegantes que andan por el mar, para que Dios los traiga a puerto salvo”.
Año nuevo en el exilio
Para quien ama, como a la propia luz de sus ojos, a la tierra en que nació y sobre la cual hizo su espíritu el primer aprendizaje de belleza y de amor, hay una tremenda y dramática palabra que resume todas las desventuras. “Desterrado”, es la expresión, de desconsuelo, de angustia y de amargura, que gravita hoy sobre miles de almas, alejadas de su medio propio. No hay para el dolor que las agobia posibles paliativos. Ni la hospitalidad, ni el afecto, ni la estimación, ni el pan, ni el vino ofrecidos sobre la mesa extendida, tienen fuerza bastante para hacerles olvidar su triste condición de desterrados; es decir, de apartados de su propia tierra, de su hogar y del camposanto donde reposan sus muertos queridos.
Si aún quedase en nuestro espíritu alguna fe -que ya no queda- dirigiríamos hoy, por ellos y por nosotros, una oración sin palabras tan vehemente que pudiese llegar hasta el mismo trono de Dios, en un pulo de plegaria y de protesta por la atroz injusticia divina y humana de que el mundo esté aún lleno de desterrados. Pero en fin, como esto sería inútil, volquemos el alma, el corazón y los ensueños en la ilusión infantil de este día, que nos hace creer en que el Año Nuevo habrá vida nueva y digamos como decía a su nieto el viejo abuelo: “Brindo en este día por cuantos aún tienen esperanzas en lo que traerá el tiempo que viene…”