José Luis Meirás (correspondente de Areal en Magdalena, Arxentina)
«Volvimos mejores», dixo Alberto Fernández, hoxe presidente arxentino saínte, no masivo acto con que iniciou o seu mandato o 10 de decembro de 2019. Ao seu lado estaba a vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, quen o unxía como candidato do Frente de Todos, unha alianza que reuniu un abanico de forzas co peronismo kirchnerista como centro pero que incluíu tamén forzas que ían desde a esquerda clasista ata o centrodereitista Frente Renovador liderada por Sergio Massa.
A multitude reunida na histórica Plaza de Mayo e que colmaba as rúas e avenidas nos seus arredores celebraba esperanzada a fin do desastroso goberno do empresario multimillonario e dereitista Mauricio Macri. Catro anos despois parece ser o mesmo Macri quen repite a frase de Fernández da man do libertariano e ultradereitista Javier Milei: «Volvimos mejores».
En 2020, o manexo da pandemia e as medidas destinadas a compensar tanto a empresas como aos sectores máis vulnerables da poboación pola caída abrupta da actividade económica por mor do illamento social obrigatorio, como o programa de Asistencia de Emerxencia para o Traballo e a Produción (ATP), para as primeiras, e o Ingreso Familiar de Emerxencia (IFE), para os segundos, situaran a Fernández na cima da súa popularidade, con máis do 80% de apoio popular.
Pero o coronavirus pasou e os pasos en falso do presidente empezaron a se suceder. A publicación de fotos dunha festa de aniversarios da súa esposa na residencia presidencial, cando iso estaba vedado por decreto para o resto da cidadanía por mor da pandemia; a indecisión para avanzar coa investigación do endebedamento e fuga de capitais durante o goberno de Macri; a falta de políticas de recuperación dos salarios dos traballadores rexistrados; un acordo co Fondo Monetario Internacional con metas imposibles de cumprir; a crecente informalización e precarización laboral; e finalmente a inflación sostida durante toda a súa xestión e que xerou unha profunda angustia popular; todos estes factores, entre moitos outros, foron embazando unha figura que asumiu a presidencia cunha proxección de estadista e terminou o seu mandato como un líder timorato e esvaecido.
A interna loita ao descuberto con Cristina foi outro dos factores que minaron a credibilidade de Alberto. A vicepresidenta en sucesivas oportunidades, xa for mediante cartas públicas nas súas redes sociais ou en discursos en distintos actos, foi marcando as diferenzas co primeiro mandatario, ata que xa nin sequera se comunicaban entre eles. Pero esas críticas, desde dentro do mesmo Goberno, non implicaron nunca unha chamada á resistencia popular contra as súas políticas, máis ben ao contrario, desmobilizaron e desalentaron a poderosa base kirchnerista, que empezou a quedar desorientada e desamparada.
O pasado 22 de outubro leváronse a cabo as eleccións presidenciais e o 19 de novembro produciuse a segunda volta. Miley conseguiu o 56% dos votos, fronte ao 44% de Sergio Massa.
Moito se escribiu sobre o tema desde entón, pero recomendo sobre todo a lectura do estupendo artigo de Marcelo Figueras publicado no portal «El Cohete a la Luna» co título de «El Teorema del Mamarracho»: https://www.elcohetealaluna.com/el-teorema-del-mamarracho/
Debido á súa extensión, reproducimos unicamente a última parte:
Nos sorprende el triunfo del Mamarracho porque olvidamos que fuimos el país que toleró en silencio —es decir: que consintió— la más impiadosa de las dictaduras. Para decirlo de otro modo: le tenemos tan poco aprecio a las normas que nos damos, que apenas nos frustran un poquito fingimos demencia cuando alguien se caga en ellas, miramos a otro lado como si nada hubiese ocurrido — y a veces hasta somos nosotros quienes impulsamos o protagonizamos la transgresión. El horror de los ’70 nos movió a hacer un fenomenal esfuerzo mental, a consecuencia del cual sufrimos un derrame o algo así, porque ahora nuestro Síndrome de Memoria A Corto Plazo achicó sus márgenes y le hacemos el campo orégano a los turros que nos convirtieron en víctimas no hace 40 años, ni 20, sino hace 5 ó 6, durante el gobierno de Macri. Y no sólo los traemos de vuelta sino además recargados, a pesar de que ya no disimulan su intención de no dejar nada en pie.
Estamos tan arrasados mentalmente, que nos hallamos a punto de habilitar algo que hasta hace unos pocos meses hubiésemos considerado imposible e indeseable a la vez. Porque las dictaduras nos eran impuestas, al menos disponíamos de esa excusa: “Eh, qué querés. Estos milicos…” Pero esto no nos fue impuesto. Esto lo elegimos nosotros. Fuimos hasta el lugar de la votación, agarramos la boletita, la metimos dentro del sobre, dejamos saliva en la pegatina del borde, despachamos el sobre dentro de la urna, pusimos la firma y embolsamos el comprobante. Una serie de actos concatenados que no pueden ser atribuidos más que a la voluntad individual, al ejercicio consciente de la determinación.Cada uno de nosotros hizo lo que decidió hacer, a partir de ese 19 de noviembre al que llegamos como consecuencia de infinidad de actos y omisiones — por ejemplo, el hecho de que casi hayan matado y después proscripto a la líder del partido más grande de la Argentina sin obtener más reacción de nuestra parte que la que tenemos mientras miramos una serie en Netflix. Hoy nos espanta que el Estado de Israel dé la espalda a su experiencia histórica para convertirse en victimario de sus vecinos, mientras se nos escapa que, a pesar de nuestra propia experiencia, estamos habilitando a los victimarios de siempre no para que masacre a un país limítrofe, sino (insisto: ¡una vez más!) a nosotros mismos.
Todos confluimos en la creación de este presente, cada uno a su manera. Y ahora elegimos Presidente a este Mamarracho, así como hace tiempo elegimos a otro Mamarracho y tiempo atrás dejamos hacer a los Mamarrachos de uniforme, porque todos nosotros somos también un poco mamarrachos. Inmaduros, inconsistentes, irresponsables. El pueblo no se equivoca ni deja de equivocarse: es lo que es, y debe asumirlo si quiere madurar alguna vez.
Yo no sé qué harán los que están contentos con esta situación. Allá ellos y su conciencia y su responsabilidad histórica. En lo que a mí respecta, me siento parte de un sector que debe poner las barbas en remojo. No pienso entrar en el juego de destripar a los nuestros ni seguir corriendo detrás de la pelotita que esta gente usa para distraernos. Basta de dejarse llevar por el movimiento, la forma y los colores de lo que agitan en nuestras narices, no nacimos ayer. Es tiempo de no quitar la vista de lo esencial, del fondo de las cosas. De fijar prioridades, porque no se pueden dar todas las luchas al mismo tiempo: la fragmentación es la mejor amiga de la inercia.
Hora de bajar el copete, de callar o hablar lo mínimo y concentrarse en el hacer, día a día. De volver a ser una comunidad que valora como héroes a quienes no sólo piensan en sí mismos. De que el individualismo deje de ser cool. De que los jóvenes experimenten el subidón que se siente cuando cambiás la vida de otra persona para mejor. Y de renovar la confianza en los dirigentes que no duermen porque están pensando durante las 24 horas cómo mierda cuidarnos, y no en los que se desvelan porque oyen voces. Buena gestión de los recursos existentes (porque magia no se puede hacer, con lo que no te habilitan) y buen ejemplo.
Si en efecto queremos volver a bailar con el pueblo, deberíamos sonar más o menos así.
Por lo pronto, voy a escuchar a Pulp al Movistar Arena y Jarvis Cocker cierra el show —como si supiera— con una canción que dice:Hermanos, hermanas, ¿no lo ven?
El futuro nos pertenece, a vos y a mí
No habrá peleas en la calle
Creen que nos han derrotado
Pero la venganza será tan dulce
Estamos haciendo una, y la estamos haciendo ahora
Estamos apareciendo desde los flancos
Vos levantá tus manos, esto es una redada
Queremos nuestras casas, queremos nuestras vidas
Queremos las cosas que nos estás negando
No vamos a usar armas, no vamos a usar bombas
Vamos a usar lo que tenemos de sobra
Y eso es nuestro cerebro, yeah.