No ano 1955, Sebastián Martínez-Risco visitaba a Isaac Díaz Pardo na fábrica do Castro. Produto da conversa entre ambas figuras chave na cultura galega do século XX é esta reportaxe, na que emerxe a realidade esperanzadora que Isaac estaba creando nun tempo difícil.
Una factoría cerámica
en Galicia. Obra ejemplar
de Isaac Díaz Pardo
por Sebastián Risco
(de la Academia Gallega)
Entre las frondas de Castro de Samoedo, cerca del pazo del mismo nombre, en la fértil comarca brigantina, sobre la tierra viva que no regatea los dones de su vegetación, ha surgido una fábrica de porcelana artística por la feliz iniciativa y el tenaz aliento de un hombre joven, ínclito viajero de los caminos del arte: Isaac Díaz Pardo.
La empresa nos es conocida desde los días de su gestación; hemos asistido con admirativa curiosidad a su nacimiento. Hoy, ya segura y pujante, quisimos visitarla de nuevo, para comunicar a los gallegos de América nuestras impresiones y brindarles, en unas rápidas notas de intención epistolar, la satisfacción de que sepan cómo se afana y resurge la tierra madre y cómo hay en ella quienes, sin trasponerla, saben también emigrar de la inacción y de la rutina.
Una umbrosa avenida bordeada al principio de seto vivo, flanqueada luego por edificios de oficinas y almacenes, conduce a los pabellones de la fábrica, comunicados entre sí y en los que, sucesivamente, se desarrolla el proceso de fabricación, la fecunda labor de esta industriosa colmena.
En todos ellos, la luz efunde generosamente de la alegre campiña por rasgadas cristaleras, y en cada uno el hombre desempeña el papel principal, dejando a la máquina la tarea indispensable. De esa hilada serie de pabellones de fabricación, dejando el rumoreo afanoso del trabajo que en ellos impera, se pasa a un edificio aislado que es como el sancta santorum de la fábrica: el edificio destinado a sala de exposiciones y despacho de dirección, en el que reinan la paz y el silencio.
La primera de ambas estancias, en vitrinas adosadas a las paredes o sobre consolas austeras, guarda una sugestiva colección de piezas nacidas de la activa explotación, variado muestrario pródigo en formas y colores: la leve taza de sobrios relieves equinos y dorado filete; la alba jarra evocadora de los frutos de nuestro mar en la estilizada cabeza céltica de mujer, tocada del vivo casco de un pez; el plato decorado con finos matices multicolores, minúsculo trasunto astral; el jarrón severamente exornado con motivos de lejana reminiscencia barroca; la monumental guarnición, rotundo ejemplar de cerámica escultórica, formada por un Cronos monstruoso y románico que va engullendo los mórbidos infantes de las horas, polícromo reloj estatuario, flanqueado por sendos candelabros en los que Adán y Eva, protagonistas de los orígenes, yerguen sus desnudos cuerpos para sostener jocundos ramajes de luces…
En toda la obra presiden la mano y el arte inconfundible de Isaac Díaz Pardo. Esta afirmación encuentra apoyo en la dependencia frontera, el despacho del director. Allí, en el saloncito contiguo, al que nos acogemos haciéndolo meta de nuestra visita, exornan las paredes varios grandes cuadros al óleo debidos al pincel de Díaz Pardo, que nos declara que el genial pintor no ha olvidado ni olvidará nunca su vocación pictórica. Frente a ellos, contemplándolos, encontramos la clave de la elevación artística de su obra de plástica cerámica.
La creación cerámica exige, para merecer la calificación de arte, temas de dignidad sugeridora, así en relieve como en la ilustración cromática. De igual modo que hay palabras prosaicas, inaccesibles a la expresión Poética, existe un lenguaje plástico que rechaza el tema vulgar o manido, para ser entendido dignamente. Tal vez nadie ha apuntado como Mallarmé en su soneto «Siglo XVIII», con donosura madrigalesca, la exigencia de llevar a la cerámica temas de fuerza mitológica:
Yo quise ser un tiempo, Duquesa, más que un vate,
el Hebeo pintado en tu tacita enana;
pero soy un poeta, aún menos que un abate,
y no aprovecho para decorar porcelana.
Isaac Díaz Pardo, en su empresa ‘‘Cerámicas del Castro’’ ha sabido superar esa exigencia, dando a sus temas decorativos un sentido y un sabor plásticos —diríamos mejor, un volumen y una densidad artísticos— trascendidos del corazón mismo de la tierra gallega, con lo que ha logrado crear una obra personal, seguramente perdurable por méritos y motivos mejores que otras industrias análogas de antiguo renombre, ya extinguidas, que fueron más permeables a los aires exóticos y echaron menos sus raíces en la tradición y en el ser genuino de Galicia.
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Vista parcial de uno de los pabellones de fabricación en blanco. Al fondo un ángulo del pazo del Castro |
La visita ha sido no sólo amena, sino confortadora, como lo es y lo será para todos los que amen a nuestra tierra y, por amarla, crean en ella. Mas no queremos darle fin sin penetrar el pensamiento de Díaz Pardo sobre el arte cerámico, para que al expresarlo nos descubra el entronque entre sus ideas sobre ese tema y esta magnífica obra suya que acabamos de admirar.
Está a nuestro lado este hombre que con su talento, su destreza y su voluntad —virtudes heredadas, sin duda, de su padre el llorado pintor Camilo Díaz Baliño— ha creado en Galicia esta notable factoría de arte, calculando y dirigiendo la construcción de los hornos, estudiando fórmulas químicas para la obtención de finísima porcelana, diseñando máquinas, formando en este oficio artístico a un centenar de obreros de procedencia labriega…
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Vista parcial de uno de los pabellones de fabricación en blanco |
Trabajos afrontados con fe y con ahínco, un poco a la Leonardo, pues, como él, Díaz Pardo es no sólo pintor —creador de belleza plástica—, no sólo artista, sino también artífice, es decir, hacedor de arte.
Estamos, pues, frente al hombre representado en su obra. Y pasamos a nuestro diálogo:
—¿Cuál es tu opinión —le pregunto— sobre la cerámica en general?
—Los orígenes de la cerámica se pierden en la prehistoria y constituyen los primeros indicios de la cultura del hombre. Después de haber visto el fuego (combustión diversa), el hombre intuye o ve que ese fuego endurece las tierras sobre las que se produce. Algo parecido debió de ser el principio de la industria cerámica, que representa la primera manifestación del ingenio industrioso del hombre sobre la superficie de nuestro planeta. Y la industria más antigua resulta insustituible hoy, y todo hace suponer que nunca podrá ser reemplazada en su fin por material de mayor nobleza.
—¿Qué posibilidades cerámicas ves en Galicia?
—inquiero, orientando el tema hacia nuestra tierra.
—Las posibilidades de Galicia en la industria cerámica son grandes. Su subsuelo presenta enormes bolsadas de materiales para la cerámica, de extraordinaria pureza, y el alma de Galicia se me antoja propicia en todos las aspectos para asociarse con esta riqueza material y hacer algo verdaderamente importante en este terreno. Mas para esto, como para otras muchas cosas, existen dificultades de otro orden, derivadas de la incomprensión en que se encuentran sumergidos los problemas de Galicia.
—¿Y cómo juzgas la tradición cerámica gallega?
—La tradición cerámica de Galicia es pobre: la alfarería de Buño, posiblemente milenaria, y las lozas de Sargadelos. Buño, trabajando con una arcilla semi-refractaria, ha producido piezas de muy diverso resultado, en las que aparecen ideas que, bien orientadas, y sin dejarse dominar por otras, hubiesen podido caracterizar como valor una comarca industriosa. Sargadelos, produciendo loza con el gusto refinado de su época, heredaba esta virtud directamente del artificio inglés, y esto no fue lo mejor que nos dejó. Sin embargo, es muy justificado el aprecio que tienen hoy las piezas que produjo esta fábrica, que constituyen un elemento más de nuestro acervo cultural. Desde el año 1930, viene trabajando en Puentecesures una fábrica que produce mayólicas de muy buena calidad, muy bien orientada y con la que con frecuencia hemos visto reproducidas obras de buenos artistas gallegos que descubrimos a través del prisma orientador que caracteriza estas cerámicas.
—En el orden de los valores artísticos, ¿qué importancia se le puede conceder a la cerámica?
—La cerámica es un medio de expresión en el que se pueden fijar ideas artísticas de la mayor pureza y trascendencia. El medio de expresión cerámico es peculiarísimo, distante de otros medios de expresión plástica, y nunca podrá considerársele inferior a ellos, sino distinto. El hecho de que sean muy pocas las obras maestras realizadas sobre cerámica, y, por el contrario, sea mucha repostería la que aparece a través de ella, carece en absoluto de significado negativo. Paralela al arte de la madera, del mármol o de la piedra, la cerámica es material que se presta a realizar obras de arte y que puede al mismo tiempo servir de base a una industria utilitaria con toda dignidad.
En esas últimas palabras nos ha dado, sin duda, Isaac Díaz Pardo fe de sus intenciones. Para ello, este consumado artista gallego ha tenido el acierto de asociar a su obra dos nombres prestigiosos en el mundo de los negocios: Federico Nogueira Pazo y José Rey Romero. Y las porcelanas del Castro ya pregonan dentro de España y fuera, en países de Europa y América adonde llegan sus productos, el renacimiento espiritual de Galicia y demuestran una real y eficaz superación de la mejor tradición cerámica gallega.
El dolmen que sirve de marca y emblema a las piezas que salen de ‘‘Cerámicas del Castro’’, símbolo de la constancia y reciedumbre de la raza gallega, tiene en este caso un sentido monumental vivificador; porque las razas resucitan siempre en las obras de sus hombres, que cuando tienden a la conquista de la verdad, del bien o de la belleza, son siempre fecundos ejemplos de vida perenne.
Imaxes coas figuras:
Galicia Emigrante, nº 14,
Bos Aires, 1955
Podes ver a reportaxe orixinal en www.isaacdiazpardo.gal