UN ARTIGO DA PARDO BAZÁN SOBRE O POTENCIAL TURÍSTICO DAS MARIÑAS

Emilia Pardo Bazán (1851-1821) pasou en Meirás gran parte da súa vida, nun tempo en que concellos como Oleiros, Culleredo, Bergondo ou Sada despuntaban como destino estival dunha nobreza que se asentara na Coruña e da nacente burguesía. No artigo que reproducimos a continuación, publicado orixinalmente en El Imparcial (07/08/1894), Pardo Bazán describe as virtudes das Mariñas como lugar de veraneo dos máis acomodados. O texto foi ilustrado para Areal por Manuel Suárez de Concha.



EL VERANEO EN GALICIA. MIS MARIÑAS


Mientras la supresión del tren expreso entre Madrid y La Coruña nos demuestra que, por desgracia, no hay corriente de inmigración hacia estas costas y estos valles, nosotros -los que aquí hemos nacido y aquí venimos todos los años a descansar y a que se nos refresquen la sangre y el alma-, nos aferramos cada vez más al convencimiento de que ninguna región española vence a Galicia en hermosura, salubridad, benignidad de clima y abundancia de alimentos nutritivos y sabrosos.

Añádase a estos méritos el de la variedad. Cierto viajero francés dijo a una señora española: «¿Sabe Vd. que salgo esta semana para España? » «¿Para cuál? Porque hay muchas» -respondió nuestra compatriota con viveza.- Otro tanto se me ocurre preguntar a los que manifiestan intenciones de veranear en Galicia. «¿En cuál?» Las provincias de La Coruña, Orense, Lugo y Pontevedra presentan diferencias marcadísimas, y en la misma Coruña sorprende el contraste que ofrecen, por ejemplo, el áspero país bergantiñán y mis Mariñas, las de Betanzos, donde la naturaleza prodigó sus sonrisas más amables. De cómo en estas Mariñas se pasa el tiempo caluroso diré algo, que acaso sorprenda a los que ni por el forro las conocen.

¡Tiempo caluroso! Aquí se ignora el verdadero sentido de la palabra calor. Si en el pueblo de Betanzos el sol se deja ver a menudo; si en la Coruña pica fuerte cuando no sopla duro el aire del mar, en las Mariñas la temperatura suele ser fresquita por la mañana, dulcemente insensible a las horas, y fría, verdaderamente fría, así que empieza a declinar el sol. Las frecuentes lluvias empapan el suelo e impregnan la atmósfera de una humedad refrigerante (me doy prisa a añadir que no hay epidemia de reuma, sino peste de salud en esta comarca). «En Agosto, frío en el rostro», dice un refrán meteorológico labriego. En efecto, en Agosto, para pasear en coche abierto, sacamos abrigo de pieles.

En esta comarca alterna el terso maíz con el rubio trigo, y el castaño casi ha desterrado al pino tristón. Hay su poco de costa y su mucho de ría. En el espacio de hora y media podéis ver como un pescador de Fontán extrae el copo rebosando plateada sardina, y como el del río Mandeo os ofrece entre puñados de hierba el salmón color de rosa.

Podéis bañaros en las playas de resaca y alto oleaje, como la de Bastiagueiro, o en playas de dormidas ondas y delicado arenal, como la de Sada. Podéis pasar de la ría plácida al Cantábrico siempre terverón y resonante; y de las arideces de Curtis, a las amenidades gaiteiras de Oleiros y San Pedro de Nós, las dos parroquias mariñanas donde más romerías se celebran y más gasto se hace de rosquillas y de vino agrio.

En San Pedro de Nós hay un foco de veraneo, una colonia que se divierte. Fórmanla gentes del señorío coruñés, que tiene por allí sus quintas. Desde Julio la Coruña se despuebla, y el que más y el que menos sale en busca de la apetecida casa de campo. Los que la heredaron la restauran y cuidan; los que no la heredaron, la han comprado o construido de nuevo; no falta quien la alquile. Ello es que toda la carretera de la Coruña a Betanzos y un trozo de la de la Coruña a Santiago, hasta poco más arriba de Vilaboa o Villa Rutis, la orlan quintas salpicadas graciosamente entre las arboledas o asomadas a la misma cuneta del camino real. Entre estas quintas las hay de muy diverso carácter, según corresponden al tipo tradicional o al tipo moderno.

De las primeras, se lleva sin duda la palma el Pazo de Mariñán, propiedad de los señores de Láncara; de las segundas, el hermoso palacio de los marqueses de Loureda, en San Pedro. Por lo único y pintoresco de su situación, compite con ellos el castillo de Santa Cruz, donde se saturan de aire de mar y de sol mis chiquillos; por lo refinado de su vivienda y lo original y artístico del sentido que preside a su reconstrucción, el castillo-quinta de D. Álvaro Torres-Taboada, en Villa-Rutis; por lo grandioso y sólido, el Pazo de Guísamo, hoy vestido de luto.

El Pazo de Mariñán desde sus terrazas, que dominan poblados de bosques de limoneros y jardines donde altísimas palmeras sombrean apacibles fuentes, se recrea en contemplar la ría de Betanzos, azul y clara entre los verdes esteros que la limitan. Una falúa siempre dispuesta, cuatro marineros vestidos de blanco y azul y prontos a empuñar los remos, aguardan en el embarcadores para conducirnos a Betanzos o llevarnos mar adentro. La larga lengua de tierra de la posesión, la avenida de majestuosos tejos y centenario bosque, las calles de hortensias y arrayanes y los jardines de mirtos, que trazan los blasones de la casa y escriben graves sentencias sobre la arena, todo lleva por festón la admirable ría.

A dos pasos de esta vegetación tan fresca, tan italiana, encuéntrase el criadero de ostras. Hablar del Pazo de Mariñán y no citar su escalera de piedra, sería omisión imperdonable. La tal escalera, obra sin duda de infelices canteros profanos en materia de dibujo, tiene, sin embargo, en sus barrocos y toscos figurones, en sus mascarones grotescos, en sus macizas balaustradas, una gracia y una importancia decorativa que por sí solas distinguen al Pazo entre las demás quintas de la región.

La del marqués de Loureda, si se le ponen ruedas y se coloca en Madrid, en la Castellana, no desdice del más flamante de aquellos hoteles nuevos y ricos. El exceso de frondosidad del parque cubre ya el palacete, su lujosa escalinata, sus galerías, sus bien labrados adornos; pero entrad y veréis, lo repito, una vivienda según los últimos decretos del confort, con cortinas de seda, muebles de Boule, jarrones de Sevres, lavabos a la inglesa, divanes y espejos. El parque lo esmaltan muchachas tan bien prendidas como si se dirigiesen a hermosear con su presencia una garden party. ¿Y qué es, voto a bríos y con perdón de los que creen que aquí vivimos como paletos, qué es sino garden party lo que presenciamos?


En esta vasta extensión enarenada danza por los aires el volante del lacon tennis, y no ha mucho rodaron del palenque por el suelo las bolas del cricket. Alrededor del palenque se agrupan damas y caballeros, gente elegantemente ataviada, y allá en la terraza criados de frac y corbata blanca esperan para servirnos el té, los sandwichs, los pasteles y los helados.

Y todo lo cual cae muy bien en este palacete, como inesperado ritornelo de la vida cortesana, como pretexto para sacar del armario los guantes largos y la sombrilla de blanco moaré; pero al lado del correcto sistema de hospitalidad de los marqueses de Loureda, va formándose aquí una especie de conjura reaccionaria en favor de los usos viejos y provincianos, de la sencillez y patriarcalismo de las antiguas costumbres. Hay quien piensa seriamente en restaurar contra el lacon, las cuatro esquinas y el tuté; contra los arrequives de la cocina francesa, la clásica merienda de dulce de guinda, leche, queso, azucarillos, yemas acarameladas y fruta; hasta se proyectan magostos para el tiempo de la castaña y foliones con gaita y tamboril.

Lo cierto e indiscutible es que aquí mucha gente vive como viviría en un pueblo de grandes recursos, sin asomos de rusticación. Así las quintas modernas como los viejos Pazos, más o menos venerables, son verdaderas villas de placer. Las señoras andan poco, no toman sol, se adornan y emperifollan como en el pueblo, y por la tarde pasean perezosamente reclinadas en sus coches. Ni a misa salen; las quintas tienen oratorio o capilla y su correspondiente capellán. La gente joven es la única que se zarandea algo a lomos de los corretones borriquillos de alquiler. Se hacen y devuelven visitas; se admiten convites, y en la mesa se sirven guisos con trufas y setas, valeskys y otras monerías impropias de la estación, como diría algún Torquemada.

Hay ocasiones en que nos creemos en algún sarao del invierno, viendo reunido un grupo mil veces formado en los salones. Entre estas damas veraneantes, merece mención honorífica Lucía Aranda, condesa de San Román, porque muestra una tendencia muy loable a tomar el campo como medio de combatir el desgaste y la fatiga de la vida de Madrid.

Al entrar en la quinta de Xaz nos echamos a la cara las cestas del juego de pelota y la sencilla charreite que guía diestramente su dueña. – Si; yo creo que a este veraneo tan agradable y tan fino le falta algo de rusticidad y sport, mucha caminata a pie, mucha equitación, aunque sea sobre borricos o jamelgos; mucho remar, mucha jardinería y horticultura no fiada a los jardineros y a los hortelanos, mucho levantarse a las seis y acostarse a las nueve, y mucha leche tibia con borona.

La jardinería está adelantadísima, si la comparo a lo que pude observar en las quintas de la provincia de Santander. La Montaña posee más rica y bella flora silvestre; pero aquí se cultivan especies raras, variadas y caprichosas. El clima ayuda y al aire libre abren sus cálices perfumados enredaderas de la isla de Cuba y del Japón, y cuaja su rosa de almidonada batista la gardenia. Ahora, a principios de Agosto, están llenas todavía de rojas flores las camelias de mi granja. En serre froide madura la piña de América, y a la intemperie el dengoso almendro fructifica.

En las Mariñas no faltan playas. La de Sada se recomienda por su seguridad. No se recuerda un ahogado, y eso que desde tiempo inmemorial se baña allí la gente. Al principio sólo acudían montañeses, pobretes de tierra adentro, que traían sobre su cuerpo envuelto en jerga, y más envuelto aún en roña y mugre, todo su ajuar y en un saco la despensa para la temporada. Un inmenso mollete de brona o centeno, algo de tocino, berzas, alubias… y ya tenemos provisiones.
Por un patacón diario encontraban cama, o, mejor dicho, cubil; la leña la merodeaban; el fogón lo pedían de limosna… y cátales poniendo el pote a la lumbre y segura ya la subsistencia.

Desnudábanse transidos de miedo; entraban en la mar como quien entra en la piscina probática; tomaban por economía tres baños diarios… y andaban rebujados en mantas y con un inmenso paraguas abierto para evitar el relente, en su opinión muy dañoso. A estos bañistas infructíferos van agregándose ahora en Sada otros de más provecho; va conociéndose este puertecillo tan lindo de tan sana y modesta condición, y acaso en el porvenir sea punto favorito
de bañistas.

El puerto de Santa Cruz tiene una animación incomparable. Separado de la Coruña por el anchor de la bahía, sin cesar atracan a él las lanchas atestadas de aldeanas que vendieron o mercaron en la capital, y llevan a las aldeas circunvecinas el correo, los víveres, las indispensables adquisiciones. El día que se termine la carretera de reciente concesión, estas pobres mujeres recibirán un beneficio inmenso, y la Coruña se encontrará mejor abastecida. 

Mera es una playa solitaria, de mar fuerte y batido. También aguarda como el santo advenimiento su camino. Los caminos son esperanza y prosperidad. Según va desarrollándose su blanca cinta, parece que el hombre se vuelve más industrioso, más fácil el trato, más suaves las costumbres. Un camino -sea de tierra o de hierro- es la civilización en forma visible. Y la civilización tiene sus encantos; rabien los pesimistas. En la práctica, apenas sé de nadie que le haga ascos a la señora civilización.
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