Mas antes hagamos un poco de historia, indispensable para llegar a esas conclusiones fugaces.
Nació en Sada (La Coruña) el 4 de noviembre de 1894. En la pequeña localidad de Veloy, “pueblo mitad marinero, mitad labrador” en que transcurrió su infancia, hizo la enseñanza primaria bajo el maestro galleguista don José Somoza Eiriz, natural de la Villalba lucense. Aquí muy pronto trabajó en las duras faenas del mar, por cuyo elemento sintió siempre Picallo una especial devoción. La cerrada posibilidad de mejoramiento económico le arrojó como a tantos otros a las playas más generosas de América, llegando a la Argentina en 1912, o sea a los 18 años de edad.
Ya en Buenos Aires era uno de esos gallegos “que saben hacer cualquier cosa” como él contaría años después en las Cortes Constituyentes, entendiendo por cualquier cosa los quehaceres más humildes. Fue lavaplatos, peón de farmacia, vendedor ambulante de alfajores, mecanógrafo en una oficina y finalmente “dominado por mis aficiones marineras – le diría en una entrevista a Ribas Montenegro -, entré como marmitón de un barco de los que hacían la navegación a Tierra de Fuego”.
Todas estas labores las compatibilizaba con una infatigable sed de lector, que no le abandonó nunca, sin más preparación que los tres años de enseñanza primaria que hubo de hacer den las clases nocturnas de la escuelita de Veloy, lectura que tenía como preferencia los grandes diarios bonaerenses que devoraba con gran fruición, pasión que mantuvo permanentemente y que más de una ocasión motivó algún comentario irónico de su compañero Castelao, afirmando que “si os libros de texto os fixeran en forma de xornaes o Picallo levaría matrículas de honor en todo los cursos”, lo cual explica en gran parte su aficción rápida al periodismo.
Picallo escribió su primer artículo –según su propia declaración- en Adelante el 1º de Mayo de 1916 refiriéndose éste a una huelga de frigoríficos. Lo firmó con sus iniciales. Siguió escribiendo en periódicos obreros hasta 1918, en que fue secretario rentado de los trabajadores del puerto y allí fue nombrado director del periódico Libertad. También fue colaborador del diario La Argentina, donde se inició con una crónica obrera. Fue secretario de redacción de Correo de Galicia durante dos años. Escribió reportajes sobre la vida política de la América Latina en “El Pueblo Gallego” de Vigo, “Le Humanité” de Barcelona y “El Día Vasco” de San Sebastián.
En 1926 concurrió en representación de su gremio a la Conferencia Internacional de Trabajo en Ginebra. Por los años 1924 a 1931 fue codirector de “Céltiga” y por esta época llevó al teatro “Marola” que representó la compañía de Concepción Olona, de nítido ambiente galaico.Vinculado a la Federación de Sociedades Gallegas, publicó artículos en “El Despertar Gallego” y en “Galicia” órganos de dicha entidad. Ocupó la plaza de bibliotecario del Club Español. Dio conferencias y pronunció multitud de discursos, fue uno de los organizadores de la ORGA en Buenos Aires propugnando por la incorporación de los galleguistas al campo republicano.
Proclamada la República en España, partió para Galicia en mayo de 1931, acompañado de Alonso Ríos en representación de la citada Federación, llegó a La Coruña el 4 de junio; el día 10 lo eligieron candidato a diputado y el 28 salía triunfante en las urnas en la candidatura de la ORGA por la provincia de La Coruña. ¿Cuál era la causa de tan meteórico éxito? Simplemente su oratoria. Por aquellos días se celebraba en La Coruña una gran Asamblea de todas las fuerzas vivas de Galicia para discutir el anteproyecto de Estatuto Gallego, que túvole honor de presidir Alonso Ríos, y otro emigrante, Suárez Picallo habló con tal emoción y acierto que muy pronto nos asombró a todos y ganó la voluntad de sus electores, los coruñeses. Recuerdo sobre todo el entusiasmo de otro ex emigrante, compañero mío de delegación, el notable escritor y periodista Roberto Blanco Torres, que no se cansaba de elogiar la facundia elocuente de Picallo, que se traducía al siguiente mes en un artículo en que decía con este estilo tan peculiarmente suyo:
“Cuando se celebró en La Coruña a primeros de junio, la asamblea regional para discutir el Estatuto gallego, una de las voces que más me impresionaron fue la de un emigrado que, de humilde instrucción social, sin medios por lo tanto para desenvolver su inteligencia y adquirir en el umbral de la adolescencia una cultura, se abrió paso en América con sus fuerzas propias y luchó por la redención de los oprimidos en los medios societarios, en la tribuna y en la Prensa. Acabada de llegar a Galicia, desde Buenos Aires, y, enfermo, tomó parte en las deliberaciones de la asamblea. He nombrado a Suárez Picallo, elegido diputado por La Coruña. Su intervención en aquella reunión representaba la voluntad –más que la voluntad el entusiasmo, el fervor, la pasión ardiente de un núcleo numeroso, y sobre todo selecto, de gallegos expatriados. Pero hubiera sido una intervención desmedrada, si en el fuego de la palabra no chisporroteasen las ideas como saltan en las herrerías sobre el yunque las estrellas de luz que el martillo arranca al acero. Palabra sobria, apretada, firme, recortada sobre una idea para demostrar mejor sus vértebras. El caudal precioso de imaginación para darle alas al pensamiento para hacerlo llegar a las almas con una carga fecunda de emoción. Y allí le hemos oído algo que ahora Unamuno lanza en el Parlamento para que las gentes abran los ojos y no se resequen el espíritu o esterilicen su acción en un empirismo chabacano , sometiendo a operaciones algebraica, envasadas, rígidas, la libre determinación de un pueblo.
Para hacer una Constitución –dice Unamuno- hace falta el concurso de los líricos. Esta es la hora de los líricos, dijo Suárez Picallo en aquella asamblea; los líricos que entrevean un mundo mejor y que pongan en el primer plano, con un sentido continuativo de la Historia, dentro de una tónica de avance, el elemento idealista, decoro del hombre e impulso de los pueblos. Ese pensamiento flotó sobre la asamblea como un polen, como si la fecundase exaltando la valoración espiritual del debate. Y era un gallego humilde, un hombre de la calle, hecho entre las contiendas civiles por la libertad y entre el hervor de las muchedumbres, quien expresaba con garbo sencillo y parsimonioso una idea que debía inundar en esta hora el hemiciclo del Parlamento español.”
Picallo pudo entonces decir como César: “llegué, vi y vencí” A partir de entonces su nombre brincó de un punto a otro de Galicia, en donde su palabra era escuchada con aquella atención religiosa que despiertan las palabras acentuadas por un tono de cordialidad y sinceridad.
Hizo entonces el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Lugo, para cursar después estudios universitarios. En las bochornosas elecciones de noviembre de 1933 fue derrotado al igual que varios otros distinguidos parlamentarios gallegos y españoles, que desunidos y pesimistas no pudieron hacer frente al enemigo compacto que supo además desencadenar una campaña de difamación sin precedentes contra la mayoría constituyente de 1931, así como contra los Gobiernos que fueron fruto de aquel Congreso, el más ilustre que tuvo España en el siglo XX.
Cursó en la Universidad de Santiago de Compostela la carrera de Derecho, dirigiendo al mismo tiempo el semanario compostelano “Ser” alcanzando la licenciatura en 1935. Puso un gabinete de abogado en La Coruña y sus primeras actuaciones forenses fueron verdaderamente victoriosas, defendiendo a dos procesados por delitos de parricidio y homicidio, “uno de dichos procesados había residido en este país, en Avellaneda, y Suárez Picallo, además de otros argumentos para su defensa, alegó la condición humilde de aquél, que había sido marinero y, luego emigrado, y a quien las duras circunstancias de la vida, habíanlo llevado a una penosa situación. El informe fue una gran revelación del nuevo letrado y ha sido justamente apreciado por el jurado que dictó veredicto absolutorio”. Estos y otros éxitos hiciéronle objeto de un homenaje cariñoso de sus amigos y colegas que le obsequiaron con un banquete que le ofreció Plácido R. Castro, hablando también en esta ocasión don Manuel Casás.
En 1936 fue reelegido diputado en la candidatura del Frente Popular, representando al Partido Galleguista, al pertenecía desde su fundación, por la provincia coruñesa. Lo mismo en estas Cortes ordinarias que en las Constituyentes, hizo uso de la palabra repetidas veces defendiendo los intereses de Galicia, especialmente tratando temas económicos y sociales.
El rus gallego con sus problemas agrícolas y ganaderos, el paro obrero, la reforma agraria y el conflicto foral fueron los asuntos favoritos de sus interpelaciones. Paralelamente desarrolló por toda Galicia una gran campaña galleguista en asambleas y mítines, escribiendo artículos y defendiendo acaloradamente el Estatuto Gallego hasta su plebiscito.
Sorprendido en Madrid por la Guerra Civil, actuó en el cuerpo jurídico militar y hubo de soportar la horrible noticia del asesinato en Sada de su hermano Juan Antonio, legítima esperanza del renacimiento gallego. Terminada la Guerra, pasó a Francia, y de aquí se trasladó a Estados Unidos, Santo Domingo, nuevamente Estados Unidos para fijar definitivamente su residencia en Santiago de Chile donde ejerció el periodismo durante 16 años seguidos.
En 1954 vino a Buenos Aires a tomar parte de un gran acto de propaganda dedicado a conmemorar el aniversario del plebiscito estatuario, siendo acogida su presencia con extraordinario cariño por sus viejos amigos y compatriotas. Vuelto a Chile retornó en 1956 para asistir como delegado al Primer Congreso de la Emigración Gallega, tomando parte en varios actos, radicándose ya para siempre en Buenos Aires.
Integrante desde su fundación del Consello de Galiza, al que se mantuvo fiel hasta su muerte, actuó en infinidad de actos patrióticos y políticos, requerida su palabra y su colaboración en todo momento, a lo que accedía siempre son su bondad y entusiasmo característicos. En 1959 el Centro Lucense le encargó de la cátedra de Cultura Gallega, en la que trabajó activamente, a la vez que desempeñaba la secretaría de redacción de su periódico “Lugo” y actuaba como asesor cultural de tan importante sociedad.
No se limitó su actividad a Buenos Aires, pues actuó en distintos puntos de la República, así en Montevideo, convirtiéndose más de una vez en el orador obligado en diversidad de ocasiones, algunas de las cuales ya han sido registradas en este libro. De igual manera su pluma firmó numerosas colaboraciones en los periódicos de la colectividad, redactó proclamas y suscribió ponencias en las muchas reuniones en las que era reclamado su consejo y colaboración.
Resentido por lenta pero persistente enfermedad, estuvo hospitalizado algunas veces en el Centro Gallego, pero siempre remozado y optimista volvía a reanudar sus tareas. Todavía poco antes de caer para no levantarse más, preparaba su cátedra en el Centro Lucense con un programa interesante y ambicioso que quedó sólo en esquema, aunque muchas veces de sus intervenciones se guardan en aquel Centro, debidamente grabadas, esperando algún día su publicidad al igual que otras de sus muchas conferencias y artículos dispersos por los periódicos de Galicia y América.
Falleció en el sanatorio del Centro Gallego el 14 de octubre de 1964. Su cadáver fue velado en el Centro Coruñes, siendo su entierro en el pabellón del Centro Gallego muy concurrido, hablando en el momento de despedir sus restos Valentín Fernández por los cuatro Centros provinciales; el Dr. Juan Rocamora por la delegación de la Generalitat de Catalunya; Pedro Basaldúa por el Gobierno Vasco; Ramón de Valenzuela por la Federación de Sociedades Gallegas; Don Jesús Canabal, por los gallegos del Uruguay y finalmente Antón Alonso Ríos por el Consello de Galiza abundando todos los oradores en exaltar su Figura y virtudes.
También los periódicos de la colectividad dedicaron sus páginas a rendir su homenaje, especialmente “Lugo” y “Nosa Terra”. También en el Centro Coruñes le fue dedicada una velada necrológica.
A su muerte, la revista del Centro Gallego “Galicia” en un bello artículo, en el que es fácil adivinar el estilo de Eduardo Blanco Amor, su director, se intercalaban estos párrafos:
“Pocas figuras entre la inmensa expatriada en todos los tiempos y países, han simbolizado de modo tan enternecedor y consecuente su activa fidelidad ala tierra natal como la del gran luchador y entrañable amigo -amigo de todos- que acaba de dejarnos. Desde la impetuosidad de su espíritu esclarecedor y reivindicativo , hasta su misma envoltura física, Suárez Picallo reflejaba la figura y el genio del emigrante arrancado del terrón y, empero, unido a él por lazos esenciales, casi consanguíneos, de continuidad, de lucidez y de amor. Tras la aparente tosquedad del antiguo labrador de Veloy y del ”rapaz de a bordo” de las heroicas traineras de Sada, Ramón Suárez Picallo cobijaba un alma transida de ternura y energía, identificada al ser mismo de Galicia por las más delicadas y vibrantes fibras del sentimiento poético y de la emoción personal. En millares de artículos y de discursos de oratoria única, en la que se mezclaban , con la naturalidad más discreta y entusiasta, los elementos del saber y del sentir gallegos, queda acuñado en la letra o rtemblando en la memoria de las gentes, el rastro de una existencia, quizá sin paralelo, en esa historia de la confianza y del dolor, que es la vida de quienes, lejos del medio natural, logran compensar y transmutar en su corazón lo negativo y postrador del sentimiento saudoso y convertirlo en fuente inagotable de incitación y dinamismo en bien de una patria cuyo contacto y disfrute les fueron negados y cuya lejanía fue día a día , sentida com o una desesperada y sangrante amputación”.
Vilanova Rodríguez A.:Los gallegos de Argentina. Ediciones Galicia. Buenos Aires.1966. 2 tomos (páx. 1354-1359)