Emplea buena cantidad de palabras y frases cortas en su amada lengua gallega, sin traducirlas, a veces, castellanizándolas (por eso hemos incluido nota explicativas y traducciones, tanto para lectores chilenos como españoles), como si buscara con ello un nexo con la Matria remota, hilo afectivo en la distancia dolorosa de la memoria tribal. Asimismo, recurre con asiduidad a lugares comunes, habituales, por lo demás, en la jerga periodística de su tiempo. Incurre en el uso de vocablos castizos casi desconocidos en el periodismo cotidiano, muchos de los cuales hemos procedido a explicar en las notas al pie de página, en beneficio de los lectores; también italianismos y galicismos. Suele traducir al castellano nombres de pila de personajes extranjeros, como ‘Jorge’ Washington, ‘José’ Stalin, ‘Adolfo’ Hitler, ‘Guillermo’ Shakespeare, de acuerdo a un antiguo vicio escritural español. Son asimismo notorias algunas imperfecciones del estilo, atribuibles al ejercicio escritural cotidiano, exigencia ardua para Suárez Picallo y para cualquier periodista o escriba sometido a la presión de entregar el artículo del día, corregido y revisado, luego de la ingente dificultad de escoger temas y desarrollarlos de manera apropiada. La extensión promedio de estos escritos alcanzará entre cuatro a cinco carillas a espacio simple; a menudo se trata de dos temas o tópicos relacionados entre sí; a veces, el periodista escoge motivos disímiles para poder cumplir con la encomienda de su jornada, con resultado no siempre feliz. Pero Pick-Up se da maña, con su amplio acervo cultural y lingüístico, para componer textos de notable factura, sobre todo aquellos en los que refulge la oración larga y melodiosa, apasionada y encendida cuando trata los asuntos más caros a su corazón de transterrado gallego.
Abordar las crónicas de Ramón Suárez Picallo ha sido también una lectura de inmersión en nosotros mismos, en aquellas motivaciones profundas que compartimos con el autor y que se nos hace preciso comentar, a la manera de los incipientes ensayistas de la Edad Media –según palabras certeras de Martín Cerda – sin otra pretensión que la de notar y anotar lo que ocurre en un texto desde nuestra conciencia, para entregar al lector un destello, a modo de sugerencia más que de aserto explicativo, sobre todo en aquellos giros, oraciones, frases y vocablos que Pick-Up extrae de su remoto inconsciente gallego, en la antigua lengua de su admirado Rey Sabio, Alfonso X, recreándolos con acierto y propiedad, aunque sin desentrañar sus significaciones para el lector contemporáneo, como si hubiese dejado esa tarea pendiente a cargo de nuestra propia curiosidad intelectual.
Pues en la masa algo dispersa de las crónicas podemos establecer y desentrañar –a través de una hermenéutica cordial- hilos conductores que nos lleven al telar mayor de una coherencia discursiva, manifiesta a lo largo de temas proposiciones engarzados en el quehacer incansable del autor, expresado a través del hálito poderoso de sus palabras, casi nunca rotundas, a menudo sorpresivas, a ratos traspasadas de fino humor, y siempre indagadoras. Porque Suárez Picallo, marinero galaico de los siete mares, se lanzó como Ulises a la aventura vital, provisto más de las armas del espíritu que de la materia, en pos del don anhelado y efímero de la libertad humana.
No deja de resultar extraño que Suárez Picallo haya omitido referirse siquiera, públicamente, al proceso persecutorio que sufrió en Chile el gran poeta Pablo Neruda, gestor, además, de la epopeya del Winnipeg y símbolo en la defensa de la República Española, apoyando de manera resuelta y generosa a miles de refugiados que lograron romper el cerco para encontrar en tierras americanas un sitio de acogida y esperanza.
Luego de promulgada la “Ley de Defensa de la Democracia”, que proscribiera al Partido Comunista Chileno, encarcelando a dirigentes y militantes, el propio Pablo Neruda, a la sazón Senador de la República de Chile, hubo de huir a través de la frontera chileno-argentina, cerca de la sureña ciudad de Osorno, para escapar a la policía política del gobierno radical, convertido en aliado del macartismo en los albores de la “guerra fría”. Al silencio elocuente de Suárez Picallo iba a sumarse también la elusiva actitud de su compatriota y amigo, Eduardo Blanco-Amor, frente a aquellos hechos que le tocara vivir en su periplo chileno de 1948 y 1949.