TUBERCULOSIS en Chile en 1947
De la magnitud del problema en Chile, dan cuenta las propias informaciones de la mencionada Junta, declarando que gastará, solo en hospitales para tuberculosos, la suma de 70 millones de pesos, es decir, sólo para uno de sus aspectos, o sea para acoger, con decoro y con posibilidades de curación, a los que ya están atacados por el mal y cuyo deambular entre los sanos, sin atención médica y sin tratamiento, constituye un positivo peligro de muerte para ellos y de contagio para los demás.
Pero eso es, como decíamos, sólo un aspecto y un problema; el de los efectos, producidos por causas hondas y profundas, de índole social, económica y hasta cultural, que son las que deben ser atacadas en su raíz para liquidar el problema.
La alimentación floja que crea la desnutrición y la anemia; la vivienda estrecha, sin aire y sin luz, que niega a los pulmones el aire puro y vivificante; la impericia y el descuido en la atención higiénica de la infancia y de la juventud con predisposiciones a las dolencias bronquiales; la vida de oficina, de taller y de fábrica, sucia y antinatural, son las puertas francas por donde la gran plaga penetra a mansalva para aniquilar a cientos de miles de seres. Cerrar esas puertas, creando un nivel de vida material superior en todos los órdenes y en todas las capas de la sociedad, es ofrecerle batalla eficaz a la tuberculosis, porque es ir a las causas que la hacen un mal endémico en los países donde la gente come poco y mal y vive peor. En los otros, existe también, pero es con carácter de enfermedad esporádica como otra cualquiera.
Mientras tanto, por algo se empieza, y la Junta de Beneficencia y Asistencia Social hace lo que le es dado hacer de acuerdo con la misión que le está encomendada: atenuar en lo posible las consecuencias más tristes, ingratas y deprimentes del problema, tratando de facilitar a las víctimas del mal, lugares decentes y adecuados donde recuperar la salud o esperar la muerte. De ahí que su labor merezca parabienes y estímulos de parte de todas las gentes de bien, para quienes las obras de caridad y de misericordia tienen carácter de deber y de solidaridad social y humana.