Por outra banda manifesta o seu desacordo coa postura dun bispo francés que se manifesta tamén contrario á festa dos touros, xa que non o fai a nivel persoal se non institucional e, a Igrexa “… amparó, protegió y bendijo “in extremis” a los más ilustres toreros del mundo, cuando pasaron a mejor vida vencidos por las astas de la brava fiera cornúpeta, obrando en legitima defensa.Y, además, todos los gobernantes de Europa y de América, que protegieron durante sus regímenes las corridas de toros, fueron católicos practicantes, algunos de los cuales están en vías de ser beatificados y canonizados como guardianes y defensores de la Santa Fe…”
Más, a pesar de ello, Monseñor Augur, Obispo y Vicario Apostólico de aquella diócesis, lanzó una orden pastoral prohibiendo a los católicos de su rebaño asistir al anunciado espectáculo, afirmando que: “La Iglesia continúa censurando hoy, como censuró en el pasado, estas sangrientas y vergonzosas exhibiciones”
Quien recuerda la historia y trayectoria de esta columna, recordará su posición contraria a las corridas de toros en todas las partes del mundo. Y ello por dos o tres razones esenciales, cuya explicación nos costo más de un disgusto:
1ª – Porque en las corridas el único personaje simpático que concurre a ellas es el toro, y éste muere siempre de mala muerte.
2ª – Porque hemos nacido en tierras de panllevar, en las que los animales –especialmente los vacunos- son magníficos acompañantes de labranza de los campesinos, criados junto a los niños de la familia, donde no se tolera que sirvan de diversión, a costa de su nobleza y del sacrificio de su ira, a los señoritos ociosos e inútiles de las ciudades.
3ª – Porque siguiendo la tradición romana de “Pan y Circo”, ofrecidos a los pueblos para apartarlos de los grandes problemas públicos que les afectan, las corridas de toros fueron la “entretención” favorita en las épocas de las peores tiranías. Al respecto, quizá baste recordar que Fernando VII, al iniciar su reinado de terror y despotismo, mandó cerrar la ilustre Universidad de Madrid y abrir en su lugar una Escuela de Tauromaquia, cuyos alumnos se desgañitaban diariamente gritando: “Muera la libertad de pensar y que vivan las caenas”.
Pero esta posición de los antitaurófilos –que puede ser discutible– no puede ni debe sostenerla la Iglesia Católica, por que ella amparó, protegió y bendijo “in extremis” a los más ilustres toreros del mundo, cuando pasaron a mejor vida vencidos por las astas de la brava fiera cornúpeta, obrando en legitima defensa. Y, además, todos los gobernantes de Europa y de América, que protegieron durante sus regímenes las corridas de toros, fueron católicos practicantes, algunos de los cuales están en vías de ser beatificados y canonizados como guardianes y defensores de la Santa Fe.
En cambio, fueron los liberales, republicanos, herejotes y masonazos de ambos Continentes quienes combatieron el espectáculo y lo prohibieron en sus países, simultáneamente con la conquista de la libertad de sus pueblos. Pero la Iglesia “no”. La Iglesia lo bendijo y lo toleró; y acogió en su seno como a hijos predilectos a quienes lo cultivaron y fomentaron.
De todo lo cual se deduce que Monseñor Augur, Obispo de Antegers, puede, como ciudadano francés y amigo de los animales, prohibir a sus amigos asistir a las corridas de toros; pero no como pastor de la Iglesia Católica, que tiene entre la gente taurófila muchos y muy importantes devotos y fieles que van de capitán a paje. Hacer lo contrario sería como mentar la soga en la casa del ahorcado.
Mientras tanto allá veremos como sale la corrida proyectada allí para el día 20 de los corrientes. Será, sin duda, una “españolada” más, al estilo de Merimée y de Bizet, tan parecida a la auténtica corrida de toros como puede serlo un Buda a un Niño Jesús.
(Artigo publicado no xornal La Hora, en Santiago de Chile, o día 10 de maio de … 1950)