Su triste suerte de “pobre rico”, me ha conmovido mucho, porque todo hombre que hizo en la vida algún esfuerzo, tiene derecho a su parcela, pequeña o grande, de inmortalidad. ¿Para qué valdría, si no, que usted haya vivido y amasado una fortuna? Para que unos futres pelafustanes la malgasten, sin bien para nadie, ni provecho ninguno para la humanidad. Por eso me di a pensar en su caso de usted, en busca de un modo y manera de que su útil fortuna, sirva para hacer algún bien, capaz de atraer, sobre su nombre, un recuerdo de bendición. Y lo encontré, señor mío; y, tal como se me vino a las mientes, se lo propongo a usted, con el ánimo de hacerlo inmortal en Chile. Si usted lo acepta, tenga por seguro que recibirá bendiciones capaces de llegar al trono de Dios, y redimirlo ante él de todos sus pecados y culpas. Porque serán bendiciones de seres infelices y adolecidos, tristes y desamparados, especialmente gratos y queridos a la Divina Misericordia y a la Suprema Bondad de quien todo lo puede.
PROPUESTA
¿Sabe usted señor, lo que es el cáncer? Es un mal terrible, que no perdona a nadie. Que dicta sobre los hombres, inexorable condena de muerte, en medio de horribles dolores. Se ensaña con todos, pero muy especialmente, con los pobres y los desamparados. Desde hace cientos de años, sabios de todo el mundo, químicos, médicos y filántropos, luchan contra él con heroico y generoso ahínco. Hanse ya encontrado algunos medios de combatirlo y dominarlo. Pero son medios caros fuera del alcance de las gentes modestas, que son sus víctimas predilectas más numerosas.
Hacen falta grandes hospitales, limpios, confortables, con donación de grandes aparatos científicos, que cuestan un ojo de la cara y que los Estados pobres no pueden, a veces costear. Hace falta un elemento de la Naturaleza, muy raro y muy caro, que se llama “Radium” y del cual sólo hay en el mundo muy pocos gramos. Es hoy la única arma de combate contra el terrible enemigo, descubierta por una mujer maravillosa y cristiana, llamada Madame Curie, cuya vida ejemplar y cuya obra, al servicio de los pobres cancerosos, está siendo contemplada en Chile estos días, a través de la pantalla del cine y ante el asombro devoto de todas las personas de bien, amantes de la Humanidad.
Pues bien, señor; en Chile no hay ese gran hospital de que antes se hablaba, y es muy pequeña la porción de “Radium” que aquí puede aplicarse, por falta de recursos económicos. Y hay en cambio, decenas de miles de enfermos de cáncer, esperando la muerte, como calmante supremo a sus dolores. ¡Por falta de recursos, señor; por falta de dinero!
De ahí que me permita hacerle una propuesta, en consideración a su confidencia, y con vistas a dignificar la fortuna de usted, haciéndola digna y útil. Haga su testamento, hoy mismo, legando una parte de sus bienes a la lucha contra el cáncer y si ya lo tiene hecho, agréguele un codicilo es este sentido. Y será usted inmortal y será dignificada su fortuna, aunque hubiese sido mal adquirida.
EJEMPLOS
No le propongo nada nuevo. Otros ricos de varios países del mundo, han hecho lo que yo le propongo que haga usted, ¿Recuerda usted al famoso millonario norteamericano John D. Rockefeller? Él murió y su cuantioso patrimonio -aparte de la porción testada para sus legítimos herederos– fue repartida en obras de bien público universal: instituciones pro paz, fundaciones culturales, ayuda a las artes y a las ciencias, y, sobre todo, una suma importantísima para dotar de “Radium” a centenares de instituciones anticancerosos de todo el mundo: de Europa, de América, del África, del Asia y de la Oceanía.
Y hoy, el nombre de Rockefeller es bendecido en los cinco continentes del globo, aparte de los medios por los cuales pudiera haber adquirido sus millones. ¡Por la sencilla razón de que, a la hora de su muerte, supo dignificarlos haciéndolos útiles al género humano!
Haga usted, señor mío, algo parecido, en la cuantía y medida de sus posibilidades, a favor de los pobres cancerosos de Chile. Recuerde que según la doctrina cristiana, es usted responsable de la buena administración de la fortuna que Dios puso en sus manos, para probar sus prendas morales. No le pido que desherede a sus parientes. Respeto la ley de la sangre, que le impone obligaciones. Pero le aconsejo que amplíe usted, el padrón de sus herederos con centenares de seres que, por ser enfermos, pobres y desahuciados de la fiesta de la vida, le guardarán gratitud, bendecirán su nombre y le dirán, en el momento de recobrar la salud y la vida que daban por perdidas irremediablemente; “Dios dé su gloria a quien supo hacernos tanto bien”.
Estoy seguro de que aceptará usted mi propuesta. Y en tal convicción, rectifico mi primer objetivo para usted. En vez de llamarle “pobre rico” le llamo desde ahora, rico digno de serlo, por haber sabido hacer digna y útil su riqueza.