A nosotros –el autor de estas líneas– ni eso siquiera. El doctor acaba de prohibirnos radicalmente la exquisita infusión, por temor a una porción de enfermedades todas las cuales terminan con “itis”. De ahí que no tomemos por el lado terrible, esto del racionamiento del café en los Estados Unidos. Ya lo tomarán otros de ese lado, señalando que las cosas no deben andar muy bien cuando hay, que racionar el café. Olvidando que en los países de su predilección no lo prueban ni con ración, ni sin ella. Y olvidando, también, que hay muchísima gente que tampoco lo cata por que se lo prohibió el médico.
(Artigo publicado no xornal La Hora, en Chile, o 27 de outubro …de 1942)
Pero a modo de compensación se anuncia, dentro del mismo texto, que será aumentada la cuota de entrada del té y de la yerba mate, lo cual viene a ser algo así como sustituir el aceite con el vinagre.
Dejemos parte el té y la predilección absolutamente inexplicable que le tiene el bajo pueblo chileno, infusión deprimente, debillitadora, insípida e inocua que los pueblos latinos utilizan sólo como medicina, en los casos de enfermedades gastrointestinales, pero jamás como artículo de uso común. Y pasamos a la yerba mate.
Gil de Oto, en su libro crítico “La Argentina que yo he visto” declara el mate como puntal y base de la extensión de más de cien enfermedades contagiosas. La costumbre de tomarlo en colectividad, chupando todos por la misma bombilla, aunque sea de plata, es –a su juicio– una romántica cochinada, antihigiénica y amarga, mal que les pese a los poetas llamados “criollistas”.
Por su parte don José Ortega y Gasset, en el tomo X de su obra monumental “El espectador”, dedicado a los argentinos, declara al mate como la fuente principal inspiradora del “Guarango”, del “Tilingo” y del idiota, personajes personalizados, sin envergadura, llorones y sollozantes, por formar parte en las ruedas de tomadores de la amarga e ingrata infusión.
En cambio, ¡cuánto más noble, universal, artística y trascendente es la esclarecida historia del café! Nació de una hermosa leyenda árabe en la que un peregrino de la Meca, medio muerto de cansancio y de fatiga, vio, en pleno desierto un árbol cubierto de flores blancas y descansando a su sombra un anacoreta que le vaticinó el fin feliz de su viaje. Era el primer cafetal conocido en la historia.
Siglos después, el noble fruto, aclimatado ya en Europa y en América, inspiró en Inglaterra y en España a grandes reformadores, sociólogos, poetas y revolucionarios, que se reunían en lugares de libre discusión llamados cafés perseguidos, clausurados y vigilados por todos los déspotas del mundo habidos y por haber, y lo que no se hizo en servicio del Arte, de la Libertad, de la Ciencia y del Pensamiento en Academias, Liceos e Institutos, se hizo el los cafés de Londres, de París y de Madrid desde las postrimerías del Siglo XVIII hasta nuestros días.
Bien esta, pues, que los gobiernos y los Ministerios de Comercio, Hacienda, Economía y todo lo demás, restrinjan las importaciones de artículos considerados no indispensables para la vida del pueblo, en defensa y resguardo de Su Majestad la divisa. Pero, ¡por amor a Dios! Que no hablen de substituir el café con yerba mate, algo así como decir que el aceite, suave, amable, místico y simbólica, es la misma cosa que el vinagre, ácido, acre y malhumorado, aún cuando las dos cosas juntas, hagan una buena ensalada.
(Artigo publicado no xornal La Hora, en Chile, o 19 de febreiro…de 1950)