Madrid, 30 de enero de 1932
Sr. Francisco Regueira
Inolvidable amigo mío:
El mismo día en que fue aprobada mi acta, te escribí una larga carta. Era la primera que escribía en cuanto obtuve un instante de reposo, después de un ajetreo sin igual, con su “aquel” de aventura y también de angustia por el salto inesperado. No recibí contestación a ella, a pesar de esperarla con verdadera ansiedad. Recibí otras, cientos de ellas, en todos los tonos. Pero ni la cantidad ni la calidad –salvo las tres o cuatro excepciones del grupo– sirvieron ni sirven para cubrir el vacío de unas líneas personales tuyas.
¿Qué te ocurre? Te conozco mucho. Te sé capaz de desfogarte valientemente cuando las actitudes y las actuaciones te ofrecen reparos. ¿Es que defraudé la gran fe que en mí habías puesto? Yo no olvido nunca aquella fe. Y en algunas de mis actuaciones, tu figura física y tu figura moral y mental, perfectas, pasan ante los ojos de mi espíritu, no sé si animándome o poniéndome reparos. Por mi parte, me creo merecedor de tu fe, y cuando vuelva ahí –que volveré– espero recibir el mismo abrazo tuyo que recibí en la hora inolvidable de la partida.
Aquel abrazo del “Mundial”, cuando para hacerlo más expresivo me levantaste en vilo. Digo esto, porque no quiero suponer que tú pienses que pude haber cambiado. Por lo menos en las características que hicieron de nosotros dos, los amigos, los confidentes, los que nunca nos aburríamos juntos, porque siempre teníamos algo que decirnos. Ni tampoco en el ideal común que nos unía a nosotros dos de un modo especial, distinto, incluso, del ideal que unía a nosotros a nuestros más próximos amigos. Nuestro programa –el programa del famoso manifiesto del 17 de diciembre de 1930– está cumpliéndose al pie de la letra en Galicia, y en él estriba todo el porvenir político de nuestra Tierra. Gloria para ti que lo concebiste, y para mí que le di forma. Este solo hecho, sin contar otros, que fueron la génesis de aquel manifiesto, y de donde partió nuestra actuación posterior, y sin contar la claridad diáfana de nuestra amistad, nos unen a ti y a mí por encima de todo.
Ello, y la seguridad que tengo de que fuiste uno de los principales factores –el principal entre todos– de mi viaje, te darán la pauta de mi estado de ánimo al no recibir unas líneas tuyas, con tu opinión, tu consejo, tu orientación, y, sobre todo, el hálito espiritual de tu afecto. No te hablo de política, porque de eso sabéis ahí más que aquí. Además, El Pueblo Gallego refleja el estado de la nuestra. No obstante, sobre matices y submatices, si me escribes –que espero lo harás– hablaremos cuando tú quieras, con mucho placer, además. De las cosas de ahí estoy enterado por Galicia, que sale cada vez mejor de forma y de fondo. Y por hoy nada más.
Un abrazo a todos los nuestros, y tú manda a tu invariable, incondicional y fraternal amigo,
Ramón Suárez Picallo