A través de los comentarios de nuestro cronista del ramo, leemos unas líneas que no condicen poco ni mucho con aquel estímulo a que nos referimos. Dice que un festival extraordinario, planeado a beneficio de las victimas de San Juan, pueda depender de que “los señoritos dueños de piscinas, tengan alguna vez un desprendimiento para la natación y para quienes se debaten en el dolor y en la amargura”.
Malo, malísimo, cuando un deporte, que debe ser popular, querido y aupado, se mediatiza y desvirtúa por quienes hacen con él un vil comercio, sórdido y codicioso. El problema no es nuevo, ni sólo chileno, en lo que se refiere a la natación y a las piscinas. Es nueva, relativamente, la creación de piscinas en grandes ciudades de tierra adentro y, en todas ellas, la cuestión fue la misma. La solución hubo que buscarla en la intervención oficial -las Direcciones de Cultura Física, por ejemplo- considerando servicios públicos o de utilidad pública, las piscinas de natación; imponiéndoles condiciones a las que eran explotadas, privadamente como comercio, y ayudando y subvencionando, a las de grandes instituciones y creando, incluso, algunas oficiales y municipales, accesibles a las capas populares y destinadas a los grandes torneos, campeonatos y festivales filantrópicos.
Hace mucho tiempo que el deporte ha dejado de ser un entretenimiento de carácter privado, para trocarse en una actividad de interés público; y, como tal, debe ser regido y regulado, apartándolo cuanto sea posible de todo carácter mercantil y especulativo. Muy especialmente el de la natación, por ser el más limpio, el más bello y el más útil de todos, en el que la juventud chilena debe descollar notablemente. Y si “los señoritos dueños de piscinas” no lo entienden así, ¡duro con ellos!