El tal Estadio, o Campo de Deportes, es una verdadera maravilla, pues además de su belleza arquitectónica helénica, esta dotada de ciertos misteriosos mecanismos, desconocidos hasta ahora, en este género de construcciones públicas. Por ejemplo, una maquinaria especial de mangueras, destinadas a regar con chorro limpio de agua clara al público entusiasta y fanático, cuando se ensañe con el árbitro y quiera agredirlo de hecho, o entra a puñete limpio en pro o en contra de los equipos contendientes. En este caso, las mangueras de agua fresca se encargan de refrescar el cálido entusiasmo de los hinchas, convirtiéndolos en una pura sopa fría.
Pero aún hay más en esta encantadora y muy plausible provisión brasileña. El campo de juegos está rodeado totalmente por un foso de tres metros de ancho y otros tres de profundidad, a modo de cordón aislador entre los jugadores y el público. De modo que el que quiera salirse del sitio, se cae, sin remedio, en el foso, que también está lleno de agua.
Como podrá apreciar el culto lector, que haya leído historias y romances medioevales de fortalezas y castillos, no hay nada nuevo debajo del sol. Porque eso es de los fosos y del agua es un medio defensivo más viejo que el andar a pie.
Entonces eran defensas contra fieros invasores enemigos, y ahora son la misma cosa, sólo que frente a un enemigo nuevo: el público que asiste a los partidos de fútbol.
(1) Se trata do Diario “El Mercurio”