Así comeza a columna na que RSP escribe sobre a papa (a pataca) chilena, a raíz dunha plaga que afectou a dita planta en Chile e na que se adica a falar das especiais propiedades ou virtudes que a caracterizan…
Viejos Textos de Historia Natural, de enseñanza obligatoria en las escuelas de varias naciones europeas, haciendo la semblanza del suculento tubérculo, después de describirlo en su genetización, en sus formas y en su desarrollo vegetal, y luego en sus virtudes alimenticias, consignan así su carta de nacionalidad: “Original de antiguo Reino de Chile, en tierras de la Araucanía”.
Y aún recordamos hoy con vivísima emoción a un compañero de banco colegial, muy dado al estudio de platas y árboles y yerbajos preocupadísimo en saber de donde “caía”, sobre el Mapa Mundial, al antiguo Reino de Chile y las tierras de la Araucanía. Era un campesino robusto físicamente, con imaginación y dotado de la exquisita sensibilidad de los que han vivido siempre en contacto con las tierras fecundas a fuerza de bien trabajadas. Para él, aparte del valor material de las papas, que comía en su hogar todos los días y con todos los platos, la palabra Araucanía era una incitación sonora, eufónica y resonante, creadora de un deseo descubridor; ir a la Araucanía. Y a ella se vino y lo encontré, después de 30 años de ausencia y de apartamiento, siendo un rico campesino chileno, frente a un inmenso mar verde, oscuro de patatales florecidas, en el Archipiélago de Chiloé.
Ahí tienes delante de tus ojos –me decía- un bien de Dios; frutos bastantes para mantener, sin que pasen hambre, a varias miles de personas. En Suiza, en Alemania, en Francia, en Checoslovaquia, en España y en otros países, al pasar por delante de estas tierras cubiertas de ramas y flores de papas, sus gentes se santiguarían dándole gracias a la Naturaleza, que produce tal hartura. Y aún tendrían palabras de elogio para el trabajador que las cultivó con su esfuerzo y las mimó con igual amor con que mina y cuida a su mujer y a sus hijos.
Y no es este, ciertamente –agregaba adolorido- el caso del pueblo chileno, que además de no estimar poco ni mucho a los cultivadores de papas, no aprecia a las papas mismas; y tú veras a muchos chilenos lamiendo y relamiendo un hueso vil de res vieja, dura, extranjera y cara, mientras dejan en el plato una hermosa papa cocida chilena, que en los pueblos hambrientos del mundo de hoy valen más que una moneda de oro. Pero en el pecado llevan su penitencia. Sobre la infancia, la juventud y la adolescencia chilenas hacen estragos la anemia perniciosa, la tuberculosis y la debilidad física, mental y moral. ¿Y sabes por qué? Porque no comen grandes paltos de papas cocidas simplemente con agua y sal. Una educación gastronómica siútica y artificial, inventa por los dueños de fuentes de soda, a base del ridículo sandwich, mato la suculenta olla de papas, porotos y verduras que alimentó las viejas y heroicas generaciones; y está matando así mismo él estimulo al trabajador de la tierra, que no recibe ninguna recompensa por su esfuerzo, sino que al contrario, por ser el único que realmente produce, tiene que soportar, como matalote, todas las cargas que significan para el país los que especulan con la producción del prójimo.
Y, a todo esto, el amable lector se preguntará: ¿Y a cuento de que viene toda esta monserga? Pues, muy sencillo. Hace unos días se publico la noticia de que este año es escasísama la cosecha de papas, a causa de una enfermedad que afecto a la planta en las más grandes zonas productoras del país, especialmente del sur. La información pasó inadvertida, poco o menos, para todo el mundo; pero los servicios gubernamentales especializados del Ramo de la Agricultura están trabajando intensamente sobre el problema, porque saben la enorme importancia que él tiene en la vida de la Nación.
Concidió ella –la noticia sobre la escasa cosecha de la papa– con grandes discusiones, agitaciones y combinaciones y antecombinaciones políticas. Es que quizá no sepan los líderes políticos de los partidos y de sus masas obedientes que la perdida de un campo de papas es mucho más importante para el país y para sus habitantes que diez discursos electorales y que veinte programas partidistas que nunca se recuerdan después de las elecciones; mientras que las papas son cosa comestible, alimenticia y digerible, cosa que no siempre ocurre con los programas y con los discursos.
Mientras tanto, hemos querido hacer el elogio de la papa, el gran regalo de Chile al género humano, mucho más importante, en su humilde sencillez, que otros regalos que no se comen ni se beben.