DAR DE COMER AL HAMBRIENTO
Instalacións do restaurante La Bahía en 1930 Rematada a 2ª guerra moitos países sufriron as consecuencias cunha grave crisis económica. RSP comenta neste artigo, escrito en 1947, as dificultades polas que está a pasar a poboación da capital chilena e como algúns negocios de restauración intentan aproveitarse da situación…
1 de agosto de 1947 “DAR DE COMER AL HAMBRIENTO” Por Ramón Suárez Picallo
Es ésta una de las catorce obras de misericordia, señaladas en el catecismo católico del Padre Gaspar Astete, que debe realizar todo un buen cristiano. Cuando el ilustre prelado jesuita escribió su famoso texto, no había legislación social, derecho obrero ni esas otras virguerías que ahora se llaman pomposamente leyes sociales. Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento y dar posada al peregrino, eran, entonces, deberes sólo morales, impuestos a cuantos, siguiendo las buenas doctrinas de Cristo, podían y debían cumplirlos por su posición económica y social en la vida de la comunidad. Más tarde vino el llamado “Nuevo Derecho” según el cual las obras de misericordia –confiadas antes a un acto de buena voluntad filantrópica de tipo personal– se convirtieron en deberes del Estado para con los ciudadanos. En una palabra, se convirtieron en “servicio público” a cargo del Estado, del Municipio o de la provincia en su calidad de organismos estatales encargados de atender a las más imperiosas necesidades de la colectividad. A esta categoría de “servicios”, pertenecen sin duda alguna los llamados restaurantes populares, característicos de todos los países desnutridos y hambrientos en momentos de aguda crisis económica. Ellos son herederos legítimos y directos de la “sopa boba” que los monasterios servían antiguamente a la truhanería ambulante y semoviente por los caminos de la bohemia; que no tiene techo, hogar ni comedor, pero que se divertían de lo lindo en pueblos, países y caminos a costa de quienes le echaban de comer. En Chile, la vieja, bella y misericordiosa tradición social y cristiana, está recogida y es practicada en los restaurantes populares del Estado, que dirige con ahincado afán el señor Alfredo Larraín Neil, empeñado en cumplir la enunciada obra de misericordia que manda dar de comer al hambriento, por iniciativa del inolvidable Patriarca, y Presidente de Chile, don Pedro Aguirre Cerda. UN COMEDOR PARA SEIS MIL PERSONAS No sabemos cómo andan económicamente los simpáticos restaurantes del señor Larraín Neil; no deben andar muy bien –a nuestro juicio– unos negocios de donde el honesto “publico consumidor”, se lleva cuanto puede y como puede: los cubiertos, los vasos, los platos, y a veces hasta las pailas y las cacerolas, llenas o vacías, según les vengan a mano. No obstante ello, el negocio está a punto de ampliarse en magnitud inusitada. Efectivamente, en el subsuelo de la Plaza de la Concepción excavo originalmente con vistas a ser refugios antiaéreo, convertido después en garaje se instalará un comedor popular con posibilidades de facilitarles condumio a unas seis mil personas. Se asegura al respecto la aparición de una verdadera maravilla; comida buena y barata, que podrá llevarse a domicilio o comerla allí mismo, según la prisa y las costumbres del comensal que no estima la comida casera. Se hicieron sobre el asunto, muy sesudos y severos estudios de los que resulta una conclusión muy venturosa; que se puede comer bien por la modestísima suma de diez pesos diarios. El milagro es pues, de los que no se dan en nuestros días. Ojalá que sea plenamente logrado, porque esto de darle de comer a la gente que no es grano de anís ni cosa de menospreciar en los tiempos que corren en los que se come mucho menos de lo necesario y se paga mucho más de lo que la comida vale. Y que rabien los dueños de los restaurantes particulares, que están haciendo un escandaloso agosto de ganancias ilícitas, percibiendo un doscientos por ciento de beneficio a costa de la pavorosa crisis económica porque atraviesa el mundo, y la República de Chile. Por eso cuando se habla de socializar o nacionalizar éstos o aquéllos servicios públicos, pensamos siempre en la urgente necesidad de someter a un riguroso control del Estado, a las casas en donde se da de comer. El Comisariato quiso meter mano una vez en el asunto: pero su intervención fue -desgraciadamente- contraproducente. Después de ella, las casas que daban comida a veinte, aumentaron a treinta sus tarifas; y aquí, paz y después gloria. De ahí que deseemos fervientemente el éxito de los restaurantes oficiales y populares, hasta que ellos pongan fuera de concurso a los que no cumplen con la tradicional obra de misericordia de dar de comer al hambriento a precios correctos y razonables. (Artigo publicado no xornal La Hora, en Santiago de Chile, tal día como hoxe pero de… 1947) |