En efecto, la señora Daroch de Vergara hizo el experimento en la población de emergencia “Gabriel González Videla”, con un éxito práctico que ya quisieran para sí muchos legisladores y estadistas en ciernes en las próximas sesiones del Congreso Nacional, que dicho sea de paso, prometen ser muy movidas. Allá se llevó cincuenta kilos de congrio fresco, y lo distribuyó en tajadas fritas, con una buena ración de ensalada, a modo de acompañamiento y con la consiguiente marraqueta de pan. Y todo el valor de tres pesos; es decir, por mucho menos dinero, del que cuestan esas cochinadas que suelen servir en las fuentes de soda, con el nombre de sandwiches y perros calientes, que, además de no alimentar nada, envenenan, intoxican y desnutren a más de la mitad de la población santiaguina. Y, como era natural que sucediese, los cincuenta kilos de congrio le fueron arrebatados de las manos, como pan caliente en poquísimos minutos, por un grupo de gente deseosa de comer pescado.
La señora Daroch –a quien debemos tratar de Excelentísima Señora– se asesoró, para su iniciativa, por la señora Celia Alvear de San Martín, quien, además de sus apellidos próceres, ostenta el título de Maestra en el arte del bien guisar. Actuó también, la señora María Reyes de Ureta, enfermera y dietista con título universitario, por mor de la higiene y en previsión de evitar posibles urticarias. En fin, todo acontecimiento en torno al congrio frito, pero de gran trascendencia social y económica, como indicio y como propósito, para fomentar una de las más promisoras fuentes de riquezas de Chile, trascendida a la alimentación y a la salud de su pueblo desnutrido. Lo cual no es pequeña cosa, si se tiene en cuenta que en los días que corren, el gran problema de todos los países del mundo es el de estimular, clarear y abrirle cauces a la producción de las cosas de comer. O, como decía el otro, primero vivir y después filosofar.
DESPUÉS VENDRÁ LO OTRO
La señora Daroch, se siente feliz y optimista con su experimento. Y está pensando ya en darle mayor extensión. Con ello suplirá la inercia, la competencia y la falta de fe de otras gentes, que tenían el deber de abordar, con eficacia, el problema del consumo de pescado como alimentación popular, y que no lo hicieron, ni lo harán, por causas que no es de nuestra incumbencia examinar aquí.
Mientras tanto, es de esperar que la iniciativa se amplíe. Hay que establecer en todos los barrios populares de todas las ciudades de Chile, freidurías de pescado como las que existen en varios países de Europa y de América, donde la industria pesquera figura entre los primeros renglones de sus economías nacionales. Y allí, delante del público mismo, preparar el producto de todas las maneras posibles y ofrecerlo en forma limpia y atrayente, de modo que entre por la vista y por el olfato: frito sólo con aceite, rebozado en huevo –¡y por Dios! sin la abominable costra de harina–: en escabeche rojo, en salsa verde, a la vinagreta o en filetes como el mejor bistec, de modo que invite al transeúnte con apetito a no gastar su dinero, poco o mucho, en un pedazo de carne, seca, de animal desconocido, insípida como un corcho, y prefiera, en cambio, un trozo de pescado, fresco, jugoso y bien oliente con sabor a mar.
Queremos creer que todo eso se andará por sus pasos contados. Por lo de pronto el panadero está en muy buenas manos; en manos de mujeres, que, aun en vísperas de ejercer la plenitud de sus derechos civiles y políticos, en vez de pensar en campanudos discursos doctrinarios, que no hacen crecer las espigas, ni aumentar la cantidad del pan, ni se pueden servir con ensalada, se dedican a ofrecer pescado frito a las gentes que tienen ganas de comerlo y que no saben cómo.
Y así como el movimiento sólo puede demostrarse andando, la creación de un gusto, de un paladar, de una cultura del consumidor de pescado como plato habitual en todas las mesas –base de progreso de una gran industria pesquera– sólo es posible dándole a comer pescado a todo el mundo y, a la vez, enseñándole a prepararlo y a comerlo.
Esto, naturalmente, no es obra de un mes, ni de un año ni de diez años. Es trabajo paciente y casi apostólico, en el que no tienen nada que hacer los aventureros de la economía, que piensan hacerse ricos en poco tiempo, a costa de la pobreza de los más. Y, quizá, uno de los factores que determinan el escaso progreso de la industria pesquera en Chile, sea la impaciencia económica de quienes se dedicaron a ella creyendo que darle vida a una fuente nueva de riqueza es cosa de llegar y llenar…
Por eso creemos, firmemente, que las mujeres, con mayor sentido que los hombres de lo inmortal y de lo permanente, puedan lograr en este orden un mayor y más sólido éxito friendo y vendiendo pescado, en vez de hablar del tema en pomposos discursos y eruditas conferencias.
(Artigo publicado no xornal La Hora, en Santiago de Chile o 7 de maio de… 1947)
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8 de mayo de 1947
Por Ramón Suárez Picallo
Cuentan, además, los pioneros de tan interesante iniciativa, con la colaboración de un grupo de bares y restoranes, que tendrán en sus mostradores y mesones, un comportamiento especial, limpio, higiénico y adecuadamente presentado, dedicado al pescado, a modo de incitación al buen gastrónomo, con platos baratos y exquisitos, que entren en su ánimo por las vías de los sentidos más elementales. Todo ello, de acuerdo con un plan trazado y estudiado en sus más mínimos detalles, que arranca de las embarcaciones encargadas de extraer el producto del mar, pasando por el depósito frigorizado en los puertos de venta y contemplando el grave problema del transporte, en condiciones de rapidez y baratura, hasta entregárselo como agradable manjar al consumidor.
O P O R T U N I D A D
Para dar vida a empresas de tal naturaleza, todos los tiempos son buenos; pero actualmente el Chile del momento no puede ser más oportuno. Atraviesa el país por una profunda crisis económica, caracterizada especialmente por la falta de artículos de primerísima necesidad, esenciales para la alimentación del pueblo. Hay un déficit de carne que el país no está en condiciones de revolver con la presteza que su urgencia requiere; más aún, su solución es dificilísima, incluso a largo plazo, por causas y circunstancias que no es del caso examinar aquí. El camino más recto y más corto, para atenuar las consecuencias del gravísimo problema, es buscarle un substitutivo al producto escaso, que debe ser importado a muy alto costo.
Chile puede hacerlo como ningún otro país del Continente Americano, recurriendo a las riquezas opulentas e inéditas de su mar sin igual. Y puede hacerlo incluso con ventaja en el sentido de ofrecerle al pueblo productos alimenticios de valor nutritivo igual o superior al de la carne, cara, mala y de muy difícil consecución.
La tierra y el mar, abandonados de todos, para volcar sus esfuerzos y sus energías en la mina, que crea la aventura económica, pero que no produce bienes consumibles en el propio país, deben recuperar sus fueros como fuentes inagotables y eternas de lo que Chile necesita para sustento diario.
APOYO DE TODOS
El problema que da tema a nuestro comentario de hoy, tiene muchos antecedentes en varios países que, en su día, tuvieron que hacerle frente, como le ocurre al Chile actual. Francia, España, Italia, Inglaterra y los países Escandinavos, tropezaron con él a fines de la primera guerra mundial. Sus gobiernos fueron los primeros en ayudar a resolverlo en beneficio de los pueblos, del productor y del consumidor. Los pescadores ocuparon durante mucho tiempo –y lo ocupan aún en nuestros días– el primer plano entre los trabajadores considerados beneméritos. En Francia, los trenes que salen de Saint Maló –el gran puerto pesquero de la Bretaña – tienen vía libre preferente, a todo otro vehículo y una importante rebaja en los fletes para conducir el pescado en fresco a los grandes mercados de tierra adentro.
Y en España, los grandes municipios de los centros productores de pesca, como son Vigo, A Coruña, Santander y Bilbao, con Valencia y Málaga, tienen contactos directos con las grandes urbes del interior para fomentar el consumo del pescado, liberando a su industria y venta de toda clase de impuestos y gabelas, por considerarlo “de interés nacional”.
Mucho de esto, adaptado a las circunstancias de tiempo y de lugar, puede y debe hacerse en Chile. Naturalmente, después de comprobar que se trata, seriamente, de abrirle anchos y largos caminos a una fuente de riqueza de insospechada magnitud e importancia para la salud del pueblo y para la economía de la Nación.
Y vale la pena hacerlo, porque acrecentar el patrimonio económico de la patria, no es bicoca ni grano de anís. Es entregar el meollo y a la médula del más importante de sus problemas actuales, determinante en mucha cuantía de todos los otros que la angustian y agobian.
Muchas veces, por nuestra parte, hemos tocado el tema y prometemos volver a tocarlo cuando sea necesario aún a trueque de parecer machacones.