Entre las aves debe ser seguramente botón de orgullos el asistir en calidad de exponente o competidora a una Exposición de tanta magnitud. Pero, como en todas las formas de vivir, hay diferencias, distancias, sectores y clases sociales. Para poner huevos no se hace distinción. Nadie compra un “Leghorn” o “Rhode-Island” simplemente piden un huevo. Ni siquiera se percatan que fue puesto con tanta distinción por una modesta “trin-tre” .
La exposición avícola exhibe magníficamente presentadas a la “Leghorn”, “Rhode-Island”, “Catalanas de Prat”, “Japonesas” “De la Pasión”, etc. Sus plumas son convenientemente lavadas y polvoreadas. También las gallinas gustan del afeite. Por algo son damas. Ni siquiera cacarean, para no descomponerse. Cerrada la Exposición retornan a los gallineros, ufanas, orgullosas, imposibles de tratar. ¡Pobres gallinas nativas! ¿Por qué no hacen para ellas una Exposición Consuelo? Qué hermoso espectáculo sería ver aquellos ejemplares de “petizas maulinas”, con el cogote a la intemperie, en permanente provocación del picotón del gallo. Así son ellas, sin aspavientos ni simulaciones. Y las “trin-tres”, siempre despeinadas, despaturradas y de un cacarear que sin duda, traduce un argot avícola. Ellas son “las proletas” del gallinero, representan Matadero-Palma y la Pila, Hornillas y el Zanjón de la Aguadal. También tendrían su público; aquel público que junto a ellas seguía con emoción las riñas de gallos y desparramaba sus pesos en las apuestas más encontradas. Porque las gallinas populares siguen a su gallo en los momentos de dificultad. No son orgullosas ni creídas. A la estaca de su compañero ofrendan sus mejores huevos, o tal vez el encanto hogareño de 21 días echadas sobre 11 huevos en espera de 11 pollitos. Pero, hoy se viven tiempos de incubadora. Hasta para las aves desaparece el “sweet-home”. Ya no se “echan” en un canasto modesto arrinconado en la pieza y sujeto a las miradas curiosas y cariñosas de los pequeños de la casa. Ahora los huevos van a la máquina fría y a punta de electricidad a reemplazar el cariño de la gallina. Y no salen 11 pollitos, sino 140.000. los huevos de las “trin-tres” y de las “petizas maulinas” no se merecen una incubadora, como tan graciosamente se expresa el campesino. Ellas no conocen los grandes establecimientos avícolas. Siguen arrinconadas en el patio de la casa o paseando gozosas, dueñas de los tres o cuatro metro de terreno que hacen de “sitio”. Para ellas no hay “conchuela” “Mash-food” ni “Vita-ovo”. Se barajan la existencia directamente en la tierra. Su lombricita modesta y el día domingo una dieta de maíz, a guisa de postre. Sin embargo, vaya como compensación que nadie le quita sus huevos cuando se trata de empollar. Por eso es que siguen poniendo y con gusto y con orgullo. Gallinas de pueblo abajo, gallinas sin Exposición, gallinas con libertad.
EL SACRIFICIO DE SER ELEGANTE
Todo lo que reluce no es oro. Tampoco podemos decir que sean felices las gallinas de la industria avícola. Son finas, elegantes, displicentes, orgullosas y hermosas. Pero, ¿sabe Ud. los sacrificios que eso cuesta? Visite cualquier establecimiento de belleza. Vea a las damas, con la cabeza aplastada por terribles instrumentos que les garantizan un cabello ondeado en donde ni la peineta podía penetrar. Obsérvelas después en esa tortura moderna que se llama masaje, manicure y pedicure. Complete el panorama con los baños turcos y la alimentación por píldoras. Así y todo, es pálida la comparación con el vivir avícola.
La gallina de raza es sometida a luces artificiales para que ponga con mayor asiduidad. Le roban las noches y las hacen dormir cada dos días. Están pasadas de sueño.
No comen lo que les agrada. A una hora determinada conchuela, después “Mash-food” y tal vez, un poco de “vita-ovo”. Para que engorden es muy importante que no anden demasiado. Entonces las hacen vivir en pequeñas y diminutas celdas de 50 centímetros. No tienen idea lo que significa andar por los campos, penetrar al sitio vecino, arrancar cuando viene el cuidador y divisa un plantío transformado en banquete gallináceo. No saben lo que es el amor. Les envían el gallo que corresponde exactamente al cruce de raza. Ni siquiera le preguntan su opinión sobre el donaire de la cresta, la apostura del cuello, la virilidad de las estacas y el caminar dominador. No le dan a elegir, sino que le entregan el gallo que está destinado a acompañar a las 8 o 10 gallinas que, por raza, le corresponden como cuota de cruce. ¡Para qué hablar de los huevos! Una máquina perfecta recoge el huevo, lo conduce al centro almacenador y lo introduce en un cajón que lleva marcado: ¡10.000 huevos! Si ha nacido en el gallinero, no tiene noticia jamás sobre lo que es un huevo. Además, como las incubadoras se encargan de empollar, las “gallinas-avícolas” todavía creen que los pollitos vienen de Paris.
Compare lector las dos vidas. ¿No es mejor nacer “trin-tre”? Pero, no interrogue a una Leghorn, porque parodiando a Enrique IV de Navarra le contestará, “París bien vale una Exposición”.
(Artigo publicado no xornal La Hora, en Santiago de Chile, tal dia como hoxer pero de … 1942)