Alfabetización en Chile en 1943

25 de agosto de 1943

ALFABETIZACIÓN OBRERA

Por Ramón Suárez Picallo

El Consejo Superior del Trabajo en una de sus recientes sesiones plenarias, acordó proponer, como artículo nuevo, al Proyecto de Ley de Mejoramiento del Profesorado, el siguiente texto:

“El Ministro de Educación Pública podrá disponer que los profesores primarios, secundarios y de enseñanzas especiales, sirvan, sin mayor remuneración, hasta una hora diaria en las escuelas nocturnas existentes y en las que se creen en el futuro. La enseñanza nocturna a que se refiere el inciso anterior será considerada especialmente en la hoja de servicios de los profesores que la ejerzan”.

El alto organismo referido, cuenta como aliento para su proposición, con el espíritu vocacional de los maestros, el cual sería aprovechado para intensificar la “culturización” de las masas obreras; para despertar en ellas el sentido de la responsabilidad, traducida en una mayor eficiencia en las tareas, en un incremento de la producción, además de capacitar al trabajador, para apreciar mejor sus deberes sociales –y ejercer sus derechos, agregaríamos nosotros– y lo alejará, en consecuencia, del alcoholismo, ocupándole varias de sus horas de asueto. La iniciativa es plausible, laudable y muy digna de ser tomada en cuenta; especialmente si se contempla el dato que se aporta en la información de donde tomamos la noticia, en la que se afirma que hay, en Chile, más de 925.000 adultos analfabetos. Es decir, cerca de una quinta parte de la población total del país.

El dato es tremendo, e indica cuánto esfuerzo debe realizarse aún – aparte del que ya se lleva realizado en estos últimos tiempos – para extirpar la plaga, típicamente social, del analfabetismo, en las capas obreras y campesinas de la Nación; indica asimismo, cómo sigue siendo valedera aquella consigna que dice: “Gobernar es educar”.

EL ESFUERZO DEBE SER DE TODOS

Ante la magnitud del problema y del esfuerzo requerido para resolverlo, no se puede pensar, tan sólo en la cooperación de un sector determinado –el Profesorado por ejemplo– para que lleve sobre sí, la pesada tarea. No hay duda que a los maestros les toca una buena parte y que su aportación, tal como la solicita el Consejo Superior del Trabajo, puede ser valiosísima; y lo será. Hay, efectivamente, en el profesorado chileno, una honrosa emoción vocacional, que, dicho sea de paso, es la que hace posible que cumpla sus deberes pedagógicos, con eficiencia, en unas condiciones materiales y morales, que todo el mundo ha reconocido como deplorables; y que, afortunadamente, están en vías de un importante mejoramiento no sin ciertos regateos. Y es seguro que los profesores no han de negar –no la negaron nunca– la cooperación que, de adoptarse el texto referido, les solicite en su oportunidad la autoridad competente en la materia.

Pero no es cuestión, por eso, de creer que, con ella, el analfabetismo quedará del todo extirpado. El problema es más hondo y está vinculado a la cuestión social en toda su extensión: la jornada de trabajo que no debe ser extenuadora, después de la cual, el trabajador no tendría nada que hacer en la escuela; los salarios que le permitan ir a la escuela decorosamente vestidos; el ambiente de su hogar, amable, capaz de no amargarlo, quitándole todo afán y todo deseo de carácter espiritual e intelectual; la índole del local escolar, el cuidado de los materiales y textos de estudio, y el carácter especial del maestro, que hagan de la escuela un lugar a donde se desea ir, porque allí se aprende agradablemente.

El Estado –como rector de la enseñanza pública-; las grandes instituciones económicas dedicando una parte de sus ganancias; los municipios aportando lo suyo, especialmente en cuanto a edificios y materiales en sus comunas rurales; los partidos políticos y la organizaciones obreras inculcando, en sus masas afiliadas y simpatizantes el amor a la instrucción y a la cultura; los grupos estudiantiles, secundarios, universitarios y especiales, organizando equipos de “maestros voluntarios” que vayan a enseñar a los locales y centros obreros, las instituciones religiosas, en fin, han de trabajar de consuno en un plan ordenado y dirigido, tendiente a extirpar el analfabetismo, con igual ahínco e idéntico afán, con que se combate una epidemia o se presta auxilio en caso de una catástrofe. Eso se ha hecho y eso se está haciendo, en varios países de Europa y de América, para “desanalfabetizar” sus masas populares.

¿Qué hacen falta medios? Claro que sí; y si no los hay deben sacarse de donde los haya. El asunto lo merece y los necesita.

LAS ESCUELAS NOCTURNAS PARA ADULTOS

Las escuelas nocturnas para adultos, han desempeñado un importante papel en la materia, especialmente en las zonas y comarcas campesinas de economía pobre, donde los muchachos en edad escolar, deben participar, con sus familiares, en las faenas rurales; en Francia, en España, en Italia, en Rusia, en la nueva Turquía, todas las escuelas públicas, tenían cursos nocturnos para muchachos mayores de 15 años, desde el 20 de octubre al 20 de marzo, es decir en la época del invierno europeo, cuando no se trabaja en el campo, fuera de determinadas siembras: las clases las explicaba el mismo maestro que explicaba de día mediante un pequeño “plus” que le daba el Estado, y la ayuda, amplia y generosa, de los vecinos que surtían, con frutos de sus tierras, la despensa escuálida del maestro. Y no faltaban, tampoco, los “cursillos” de conferencias, sobre temas de cultura general, a cargo del médico, del cura, del boticario, del Albeitar y del perito agrícola. Y cuando el local escolar era problema no faltaba el rico señor que cedía una parte de su casa, ni el ayuntamiento que facilitaba un edificio adecuado, si lo tenía a mano, o podía hacerse con él. De esas escuelas nocturnas, salieron poetas, escritores, estadistas e incluso hombres de ciencia. Tomás Garrigue Massarick, padre de la República Checoeslovaca, ilustre filósofo y profesor universitario, era de una familia sierva de la glebia bohemia y conoció sus primeras letras en una escuela nocturna. Pero es que las escuelas nocturnas estaban rodeadas de calor cordial y popular, aparte del cuidado que les prestaban los gobiernos. Y la salida de ellas, en las noches de inverna, poblaba de canciones, charlas y comentarios, los senderos, y los villorrios campesinos. Casi con el mismo aire de fiesta, que la misa parroquial en los días domingos.

Tiene pues razón y acierto el Consejo Supremo del Trabajo, al preocuparse de las escuelas nocturnas ya existentes y de las que creen en el futuro, como un de los grandes auxiliares en una campaña nacional y popular, contra el analfabetismo. Después, a su tiempo, vendrá lo demás que hace falta, para que el esfuerzo logre plenos y provechosos frutos.

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