Apoyamos, decididamente, la iniciativa. Y la apoyarán igualmente, sin duda, todos los chilotes, ya que -descendientes en buena parte de gallegos (recuérdese que Chiloé se llamó Nueva Galicia)– son labradores minifundistas, amantes de la tierra y de los ganados útiles y mansos, sin dejar de ser, además, excelentes trabajadores del mar, como lo fueron sus antepasados, los del Condado de Andrade, en las Puentes del Eume de Galicia.
Más aún; en estos tiempos de aficiones monárquicas, de reinas por allí y reinas por allá, no estaría de más instituir una monarquía animal de vacas lecheras. Y, así como se le llama al fiero león el rey de la selva, y al águila y al cóndor, monarcas de los aires, debería llamársele a la vaca, de ojos dulces y maternales, y de ubres nutrices, reina y señora de los campos verdes y jugosos, y ama de cría universal de niños y recentales.
Porque, bromas aparte, la vaca –una sola vaca en muchos casos– es símbolo de gracia, de ternura y de humilde riqueza, en miles de hogares, precisamente de los países más civilizados del mundo.
Por eso –y por otras razones que nos reservamos– apoyamos la iniciativa a que nos referimos al principio, de honrar con categoría regia, y con premios y galardones, a las mejores vacas lecheras de Chiloé.