O ASNO

26 de octubre de 1943


ELOGIO DEL HERMANO ASNO

Por Ramón Suárez Picallo

Tiempos son estos, ¡oh hermano asno!, de grandes y definitivas reivindicaciones. Ahí está la tuya, en solemne prosa gubernativa, declarándote artículo de primera necesidad, como el pan de Dios, el arroz, el azúcar, la leche y el café. Serás, desde ahora, objeto de atenciones, vigilancias y cuidados de que mucho habías menester.

Tú, honesto, discreto, paciente y filosófico, cuadrúpedo y semoviente, eras motivo de muchos y muy inmerecidos agravios; aparte de tu triste vida física de trabajador menospreciado y mal comido, eras punto de referencia y término de comparación insultante, para todas las ineptitudes. Así, se le llamaba “burro” al zopenco y al mentecato, al mal escritor, al diputado mudo, al gobernante torpe, al municipe indolente, al estudiante que jamás supo la lección y al profesor que nunca la explicó a derechas. Y cuando los hombres solían hacer una de las suyas, su inmensa vanidad les hacía decir que habían hecho una burrada, en vez de decir, como era lo justo, que lo mal hecho era una “hombrada”.
Y por si todo eso fuera poco, ahora, últimamente, por causa de la guerra, de la carestía y de las dificultades de la importación, la humana ingratitud –que es infinita– vino a colmar las desdichas de tu triste vida, con una muerte infame y un destino, “post–mortem”, más infame aún: El fiero matachín de carnicería, te quería convertir en chuletas, en bisteques y en chorizos, para saciar la voracidad de aquellos mismos a quienes habías servido, con ejemplar paciencia y cristiana mansedumbre, llevándolos a tus lomos por senderos y caminos, pasito a paso, para que los ojos del que iba encima de ti se deleitasen en el verdor de los paisajes.

Tú, que condujiste al Redentor del Mundo, desde Galilea a Egipto para librarlos de las iras de un rey envidioso e infanticida; tú que fuiste competidor –aunque por casualidad como todo lo grande– del Dios Pan, tocando la flauta; tú que fuiste dilecto de Apuleyo, y compañero de aventuras de Rocinante, al lado del más estupendo caballero de todos los siglos; muy querido del más discreto y razonable de los escuderos; tú, bienamado amigo de la libre gitanería, motivo de madrigalescos elogios de los faraones; tú que condujiste a James Borrow, a lo largo y a lo ancho de Europa, divulgando la Santa Biblia protestante. Tú, hermano asno, necesitabas una rehabilitación histórica, política, social y hasta filosófica. Hasta el presente, sólo tuvieron palabras amables para ti, los gitanos y algún que otro poeta generoso. En la casa pairal de los amos, no eras admitido por indigno; los caminos, todos llenos de tus andanzas, se te hicieron hostiles: el caballo, el tren, el automóvil y la bicicleta, te arrumbaron a las cunetas; sólo para los santos y pobres, los tristes y los humildes, tuviste algún valor y merecimiento.
Pero todo llega en su día, y la justicia llegó también para ti. Alguien dijo que este siglo será el siglo de los seres simples, sencillos y comunes, porque el mundo está cansado de las cosas complicadas y difíciles. Y tú eres, desde siempre, el más sencillo y más simple de todos los seres de la creación. Hay quien te supone, terco, tozudo, amigo de llevar la contraria. Es posible que haya algo de cierto en la afirmación; pro aún así, tu terquedad resulta una malva, frente a la de muchos hombres, empeñados en llevarle la contra el mundo entero, a sangre y fuego, contra viento y marea y contra toda razón y justicia.

Y, ahí estás, siendo tema y motivo de preocupaciones gubernativas, en estos tiempos de reivindicaciones democráticas, para impedir que la ingratitud y la voracidad humana te hagan víctima de sus desaguisados, lanzándote, como a los injustos y condenados, en calderos hirvientes..
Enhorabuena y que sea para bien, hermano asno.

En tu honor –bien merecido en verdad– ahí te va este elogio en prosa, seguido de otro en verso, que viene más abajo y que escribió un amigo que o es tuyo y mío.

CANCIÓN SUAVE A LOS BURROS DE MI PUEBLO

Por Héctor Inchaustegul Cabral En su libro

Poeta de la República Dominicana “Poemas de una sola angustia”

Asno de San José y del Carbonero,

triste vehículo que liga al pobre diablo

y al ricachón ufano,

que llevas todas las mañanas, trotandito

el agrio sudor del campesino

tornado en frutas olorosas;

¡yo te saludo y canto!

Si la preñada está en el mes,

que vaya en burro;

que el viejo puede dar un paso apenas

porque la tierra y lo está llamando, a

que monte en burro;

que el muchacho es harto chico

para llevar la leche al pueblo,

que vaya en burro, pues…

Asno de San José, del acordeonista

y del maestro rural que peina canas

asno que lleva el agua

y la santa medicina.

Asno de infancia triste y corta,

cuya vejez es larga

y mucho más triste todavía…

De pequeño, dulces ojos ingenuos,

pero largo, mansedumbre,

y un amor sin nombre

hacia las flacas sombras…

Después orejas largas y caídas,

muertas como dos cáscaras inútiles

sobre la noble frente añubascada.

Después la larga caminata,

los excesivos pesos,

las rojas y opacas mataduras,

y, muy de tarde en tarde,

la blanca manecita de un niño

que acaricia, lentamente,

los doloridos belfos

en donde ya la espina

no halla donde clavar

su única garra.

Después a ancha sábana

los abrojos florecidos de amarillo,

el pasto inaccesible,

el sueño imposible de la cebada;;

y las pedradas, los insultos,

el duro hueso que va rompiendo, poco a poco,

el pellejo sin pelos;

y mil espinas clavadas

en las ancas, en las patas y en los belfos.

Asno de San José y del Carbonero

triste y tardo vehículo que liga

lo rural y paupérrimo

con el alarde urbano de la aldea;

asno de infancia inútil y alegre,

cuya vejez, como todas,

del otro mundo…

se detiene en la puerta, abierta de par en par.

¡Yo te canto y saludo!

Artigo publicado no xornal La Hora, en Chile o 26 de outubro de… 1943

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