ANOTACIÓNS SOBRE FÚTBOL EN 1948

Aproveitando a conxuntura de hoxe,onde España se procalamou campeona do Mundo, publicamos este artigo no que RSP fala de fútbol un 19 de novembro do 1948. Entre a súa infinidade de temáticas, era evidente que non podía faltar esta.

ANOTACIONES SOBRE UN GRAN ESPECTÁCULO
AL MARGEN DEL CLÁSICO UNIVERSITARIO

¡AL ESTADIO!

Sí señor, fuimos anteanoche al Estadio, como otros cien mil hijos de vecino de Santiago y sus aledaños, a ver el Clásico Universitario, primaveral y nocturno, de este año de poca gracia, de 1948.

Arracimadas y apeñuscadas en toda clase de vehículos, más o menos movientes y semovientes, las gentes, a la ida, nos recordaron con sus gritos ¡Al estadio!, otros similares oídos en viejas ciudades: ¡A los toros!, pronunciados con fervor a la ida y a la vuelta, en tonos bien distintos, según los resultados de la faena, a juicio de los hinchas de cada bando y según su ídolo hubiese ganado o perdido.

De todos modos, el gran espectáculo –los toros allá y el clásico aquí– tiene su aditamento imprescindible en la ida, de caras todas alegres y esperanzadas, y en el regreso de muchas caras largas y compungidas. Más ello importa poco. El Universo Mundo, al margen de ganadores y de perdedores, en estas contiendas, seguirá su orden imperturbable.

ESTAMPA

A las 8 de la noche, el gran campo deportivo es una estampa humana y paisajística de primerísimo orden; a esa hora ya están colmadas todas las galerías populares con hinchas entusiastas y barras oficiosas de los dos bandos. Sobre la hierba verde, los equipos juveniles hacen de “teloneros” con la gracia, la agilidad y el entusiasmo, la que no lograrán nunca jamás los equipos mayores profesionalizados. Por eso, quienes no entendemos de fútbol como arte, como ciencia o como técnica, sino que lo vemos como agilidad, movimiento y modo de correr más, tras o delante de una pelota, somos y seremos siempre admiradores de estos equipos segundones, menospreciados por los llamados “cracks”, olvidando que aquí tuvieron la antesala de su gloria.

Una luna llena, con cara de Petronila gordinflona, sin duda aleccionada por los poderes celestiales, aparece por el lado donde está la Barra de la Universidad Católica, haciéndole desastrosa competencia a los pésimos servicios de la Compañía de Electricidad, que como de costumbre, malograron en buena parte de lo bello del espectáculo. Un reflector poderoso, que nos recordó la búsqueda de aviones enemigos de una ciudad bombardeada, enfiló varias veces con su lente a la multitud espectante y entusiasta. Un gigantesco racimo de caras y de corazones, a la espera de un suceso mucho más sensacional que la guerra civil de China y que la sarracina armada entre árabes y judíos, en las viejas tierras de Palestina.

Por algo, un caballero solemne y trascendental; que está allí con toda su prole parentela detrás de nosotros, afirma grave y campanudamente: ¡Es una lástima que esta multitud se apasione tanto por un partido de fútbol y se quede impasible, en cambio, ante los grandes problemas de la guerra o de la paz mundiales, que se están ventilando ahora mismo en la NU!

El pobre señor no sabía que el mundo está fatigado, hasta la mismísima coronilla, de doctrinas graves y difíciles que lo metieron en un atolladero y que prefiere, ahora, desviar su angustia hacia los temas amables y los problemas simplísimos de la condición humana, que pueden verse en una hermosa justa deportiva.

LAS BARRAS

Las Barras, en este aspecto de hacer de un partido de balompié una gran fiesta de arte, de ingenio y de gracia, son originales de Chile; y específicamente de sus competiciones estudiantiles. En ninguna otra parte del mundo –ni siquiera en aquellos países de las más ilustres tradiciones deportivas universitarias– es dado contemplar nada que se les parezca. Si hubiese que buscarle algún antecedente próximo, habría que ir a dar a las “tunas” de Compostela, con sus coros, sus troulas , sus pullas y sus romances de fieras coruscantes .

De ahí que millares de personas –entre la que nos contamos nosotros– a las que no les va poco ni mucho, el ir y venir de una pelota de cuero sobre esta o sobre aquella valla, asistimos al Clásico Universitario anual chileno, con idéntica emoción con que en nuestros muy remotos años juveniles, íbamos a ver las regatas, las cucañas y las carreras de gigantes y cabezudos, en los días de Fiesta Mayor.

Las barras de este año fueron magníficas. El primer número que ofreció la Universidad de Chile, una justa medieval entre paladines que luchaban por su honor y por su dama, fue plásticamente perfecto, por su finura y por lo que significaba como evocación histórica y literaria. Lástima grande que la hubiese echado a perder un insoportable locutor, con voz isócrona y pavorosa, más apta para pedir mercancías al fiado, que para “armonizar” un cuadro de autentica belleza para los ojos, haciéndolo incompatible con el sentido del oído, que en este caso resultó inaguantable hasta para el de la oreja; y, a todo eso, acompañado, el muy infelice, con los infernales ruidos molestos de un rascadiscos, mucho peor que los de esas máquinas tragapesos que espantan y dispersan a los clientes de las fuentes de soda.

La barra de la Católica presentó un número de gran espectáculos: una pareja de niños en busca del país de las maravillas, donde moran Blancanieves y los siete enanitos, la Cenicienta, el Tambor mágico y todos los otros prodigios del encanto y del ensueño; también este número fue malogrado por una nube de fotógrafos, sucios y mal vestidos, que invadieron, cual hordas de Atila, el campo visual donde se realizaba el mágico prodigio.

Nosotros, por un deber de solidaridad profesional, tenemos que declarar que no se trataba de fotógrafos de diarios ni de revistas de Santiago, en quienes debemos reconocer un cierto grado de cultura, capaz de evitarles hacer, como lo hicieron aquéllos, el papel de un caballo loco metido en una cacharrería.

Más, aun así, la Católica hizo un verdadero alarde: sus bosques de banderas, los juegos de luces y de flores de artificio, y el cuadro infantil, fueron, sencillamente, primorosos. Se excedió un poco en lo de arrimar el ascua a la sardina confesional. Hubo un exceso místico, algo impropio de una fiesta, que, por muchas vueltas que se le dé, es de neto origen pagano.
El otro número de la Chile, la clínica donde hacían zorza al crack del equipo enemigo, siendo mucho menos espectacular, era más “estudiantil” y más ingenioso, aparte de algunas frases y dichos de color algo subido, que estuvieron muy cerca de afearlo.

RESUMEN

Si no hubiese locutores ni fotógrafos, ni frases subidas de color y de dudoso gusto, ni avería en la luz eléctrica, diríamos que el clásico universitario, de este año, fue uno de los más hermosos espectáculos populares contemplados en nuestra vida. Pero, aún después de deducir estos elementos negativos para su mayor belleza y esplendor, le queda un ancho margen positivo digno de elogio: la corrección del público, su infantil entusiasmo, el esfuerzo extraordinario de los organizadores del torneo y el encanto, único y singularísimo del estudiantado chileno, compartiendo con el pueblo una hora de gracia y de amistad, llevando en el alma y los labios un cantar de noble fraternidad. Mientras tanto, el lector, entusiasta del balompié, tiene su derecho a preguntar: bueno, ¿y qué hubo del partido en sí, como juego de fútbol? A lo cual nosotros contestamos que eso no nos va ni nos viene. “¡Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os lo sabrían responder!” y cronistas de deportes, los diarios que os hablen del tema.

(Artigo publicado no xornal La Hora, en Santiago de Chile o 19 de novembvro de … 1948)

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