A VENDIMIA EN CHILE

No outono austral RSP fai un eloxio das festas da vendimia chilena lembrando ao tempo a europea.

9 de abril de 1944

FIESTAS DE LA VENDIMIA Y DE LAS UVAS CHILENAS


Por Ramón Suárez Picallo


“Si el tiempo lo permite” –como rezaban viejos anuncios de festividades populares al aire libre– y “con el apoyo y patrocinio de la autoridad competente”, -según decían otros- se inician hoy, en todas las zonas vitivinícolas de Chile, las fiestas de la Vendimia y de las Uvas Chilenas; estas fiestas durarán varios días y sus organizadores aspiran a instituirlas para todos los años venideros, como fiestas de guardar y celebrar, en homenaje a la pródiga tierra, que da a sus hombres, los granos dorados y rojos en los jocundos y anacreónticos racimos.

El Supremo Gobierno, el Instituto de Economía Agrícola y el Sindicato Nacional Vitivinícola, patrocinan los festejos, en los cuales habrá de exaltarse la gracia de la mujer vendimiadora, la exquisitez de las uvas maduras y la jocundidad de sus jugos fermentados: el vino, que es, con el aceite, los higos y las manzanas, el signo frutal y espirituoso de nuestra civilización occidental, clara y alegre.

Y para que la fiesta no derive hacia viejas tradiciones de herética paganía, la Iglesia Católica, atenta a que lo bello y lo útil no se le escapa de su órbita, la bendecirá solemnemente por intermedio de su venerable Jefe en Chile, el Excelentísimo y Reverendísimo señor Arzobispo de Santiago, Monseñor José María Caro. Recuerda, así la iglesia que Jesús, en la última cena con sus discípulos, frente a instante presentido de su desaparición carnal, se les dio en el pan y en el vino de la mesa, como nobles símbolos de su carne y de su sangre, consagrados como tales en la más bella ceremonia católica, en el Santo Sacrificio de la Misa.

La Vendimia es, en todos los países vitivinícolas del mundo, el resumen de todas las cosechas abundosas de la tierra. Faena colectiva, animada por romances, músicas y canciones, que ha de prolongarse, después, en los lagares perfumados de olores de mosto burbujeante, quiere ser una negación de que el trabajo sea un castigo de Dios, impuesto a los primeros padres por causa del pecado original.

Francia, Grecia, España e Italia, hicieron de sus vendimias verdaderas fiestas populares, en torno a las cuales tejió la inspiración popular primores folklóricos en el cañamazo de los siglos. Y en los renglones de sus riquezas agrícolas, ocupa el vino lugar muy importante. El champagne, el Jerez y el Chianti, por ejemplo, valen por cien libros para acreditar en todo el orbe civilizado, y para bendecir a sus tierras de origen. En la América Hispana fue la Argentina la primera nación que instituyó la fiesta; le sigue ahora Chile, cuyos vinos y cuyas uvas en calidad, gusto y cantidad, pueden tratar de tú sin ruborizarse a los mejores del mundo viñatero y viticultor.

¿Estamos, acaso haciendo el elogio del vino, peleón y tabernario, causante de la embriaguez perniciosa y abominable? No. Hacemos el elogio de la mesa limpia, civilizada y cristiana, coronada con una jarra, un porrón o una botella de buen vino de uvas, que alegra y tonifica la comida, levanta el espíritu y entona las palabras y los pensamientos. El vino, bueno y poco, compartido por grandes y chicos, repartido prudentemente, que hace rechupar los labios y deja ganas de más y hace esperar la otra comida para catarlo con recato. Siempre con pan, con queso o con la tajada sólida, tal como se dice en el viejo refrán: “con pan, tajada, queso y vino se anda bien el camino”.

Hacemos la salvedad, porque es cierto que en Chile existe un problema de embriaguez popular, fea y aplebeyada, depresiva del vigor físico y moral del pueblo, por no practicar el refrán: el vino, con pan, queso o tajada, va y viene como las propias rosas y no embriaga; cuando más, alegra. Es cuestión de distribuir, adecuadamente, los recursos de la economía individual, en tres partes iguales: el pan, el queso y la tajada y el vino después. Así, en este mismo orden de prelación y de importancia, a los efectos de las porciones. Aunque no se crea, el saber beber, es un problema de economía, de cultura y hasta de aritmética, si se quiere estar bien después de haber bebido

De todo esto se hablara hoy, en verso, en prosas, con música, y hasta con la bendición episcopal y citas de textos sagrados y profanos. En elogios de las viñas, de las uvas y del vino, sabroso y chispeante, que es, con él pan blanco y bueno, el símbolo de la mesa cotidiana, donde la familia recibe el primer premio de su diario y afanoso trajín y hace el brindis, silencioso, porque la ventura y el buen provecho, sean con los que comen y beben, después de haber trabajado.

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